Un escenario distinto con actores
conocidos
En el 8N,
tan anunciado, una multitud ganó las calles del país. En su mayoría eran hombres
y mujeres de clase media y media alta. No es la primera vez que estos sectores se
hacen presentes en la escena pública del país. Se trata del mismo bloque de
fuerzas sociales, económicas y políticas que confrontó con el gobierno hace
cuatro años durante el conflicto con el campo. Es verdad que el escenario
político y social no es igual al de entonces, pero lo actores del drama sí. ¿Quiénes
son ellos? Los sectores vinculados a la actividad agroexportadora, los grandes
grupos económicos que manejan, entre otras cosas, los medios de comunicación, y
los sectores de clase media, liberales y antiperonistas (sea en su variante de
derecha o de izquierda) que ponen su cuerpo en la calle y dan una base de masas
a la protesta. El 8N juntó un amplio arco político que va desde grupos de
derecha defensores de los genocidas a militantes de una izquierda que se autoproclama
revolucionaria, pasando por las huestes de Mauricio Macri, los radicales de
todo pelaje, los socialistas de Hermes Binner; y, por supuesto, los innumerables
independientes presentes. Sus reclamos fueron también de los más variados: en contra
de la inflación, la inseguridad, la corrupción, la reforma de la Constitución,
la falta de libertades, el cepo al dólar, etcétera, etcétera. Esta diversidad
de actores y consignas estaba unida por su rechazo al gobierno y a la figura de
la presidenta. La del 8N no fue una confluencia circunstancial de sectores
políticamente heterogéneos. De ningún modo. Se trata de una formación política
y social recurrente en nuestra historia.
La pregunta
que se impone es la siguiente, ¿cómo es posible que al año de haber sufrido estos
sectores una aplastante derrota electoral a manos de Cristina Kirchner, quien
sacó casi el 55% de los votos, hayan podido articularse de nuevo en una
protesta masiva contra el gobierno?
El hecho en el que se engarzan todos
los demás
Para
intentar una respuesta hay que remitirse a una serie de acontecimientos que
tuvieron lugar desde principio de año a la fecha. El más destacable, y en el
cual se engarzan todos los demás, es, sin duda, la desaceleración de la
economía. Si bien ésta no adquirió ribetes dramáticos hace sentir sus efectos y
afecta a distintos sectores. El año comenzó también con las denuncias de
corrupción contra el vicepresidente Amado Boudou, que los medios dominantes
mantuvieron en tapa durante semanas y meses. A esto hay que sumar el accidente
de Once ocurrido el 22 de febrero pasado cuyas consecuencias fatales pusieron al
gobierno a la defensiva ante las acusaciones de responsabilidad política en la
tragedia. A pesar de estos hechos adversos, el gobierno se sobrepuso y retomó
la iniciativa con tres medidas de gran trascendencia: la reforma a la Carta
Orgánica del Banco Central, la reestatización de YPF, y el mega plan de
viviendas.
Sin embargo, al mismo tiempo que el
gobierno decidía profundizar su programa de recuperación nacional y social se
registraban turbulencias y conflictos al interior del conjunto de las fuerzas políticas
y sociales que apoyan al gobierno. Las bases de sustentación del kirchnerismo
están conformadas, fundamentalmente, por el movimiento obrero organizado, distintas organizaciones populares
y los sectores medios que se inscriben en una tradición nacional-democrática y
que actúan tanto por dentro como por fuera del peronismo, y, por supuesto, el
Partido Justicialista, que en los hechos funciona bajo la jefatura de los
respectivos gobernadores oficialista en cada provincia. El primer problema en
las fuerzas oficialistas se registró cuando las tensiones entre Hugo Moyano y
el gobierno derivaron en el alejamiento de éste y su posterior posicionamiento
en el campo de la oposición. El segundo foco de tensión surgió cuando el
gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, pidió ayuda para pagar en tiempo y
forma el aguinaldo en su provincia y el Ejecutivo nacional se la retaceó. A nadie
se le escapa que es imposible separar este conflicto de la lucha por la
sucesión en caso de que Cristina Kirchner no pueda o no quiera ser candidata en
el 2015.
Todo esto adquiere importancia a la luz de la manifestación
del 8N, ya que nos permite percibir un bloque opositor que se reconstituye y
ocupa la calle (sin que esto tenga, necesariamente, su correlato en el plano
político organizativo y programático) ante un gobierno que acierta en grandes
decisiones estratégicas (YPF, Banco Central, plan de viviendas), pero cuya base
de sustentación política y social experimenta tensiones y desgarramientos. Es
obvio que este cuadro de situación alienta a los adversarios y puede llegar a
agravarse si se llegase a desatar la lucha por la sucesión.
La guerra con
armas simétricas
Por
el lado del bloque de las fuerzas opositoras, que no hay que reducir a sus
expresiones políticas partidarias, es evidente que algo aprendió luego de las sucesivas
derrotas sufridas. Dentro del sector del capital concentrado el más urgido en aguzar
su ingenio y creatividad para tratar de desgastar al gobierno es sin duda el
grupo Clarín que se niega a iniciar el proceso de desinversión al cual está
obligado por la cláusula antimonopólica de la Ley de Medios. El Monopolio, a la
par de sus desenfrenados ataques al gobierno, a través de todos sus medios,
incursionó en terrenos donde no lo había hecho antes aprendiendo, incluso, de
sus adversarios. Por ejemplo, el espacio de las redes sociales y de los blogs, que
cumplió un papel importante en la convocatoria del 8N, pero no exclusivo como
pretenden hacer creer, hasta no hace mucho era dominio de simpatizantes del kirchnerismo.
De pronto empezó a poblarse de voces opositoras en muchas de la cuales es fácil
advertir que el Monopolio habla a través de ellas, ya sea en forma voluntaria o
rentada. Pero donde esta “guerra con armas simétricas” alcanzó su mayor grado
de eficacia fue sin duda a través del programa Periodismo para Todos conducido por Jorge Lanata. Como se sabe no
hay nada más peligroso que un renegado o un pecador arrepentido. El programa de
Lanata, al igual que 6, 7 y 8 de
Canal 7 con los simpatizantes del gobierno tras la derrota ante el campo,
cumplió el rol de organizador colectivo del mundo opositor. A través de sus
denuncias de corrupción, sus ataques a figuras del oficialismo y su teatral fuck you fue sembrando la semilla de la
bronca en unos y haciéndola crecer en otros. ¿Por qué pudo hacerlo Lanata y no
algún partido o dirigente de la oposición? Muy simple. Lanata no realiza
ninguna propuesta ni centra su discurso en la solidez argumentativa como todo
político por más limitado que sea está obligado a hacerlo. Sus denuncias, la
mayoría de la cuales carecen de rigor periodístico, lo que buscan es una
respuesta fundamentalmente emocional del espectador: bronca, indignación, ante “tanta
corrupción”, “tanto autoritarismo”, tanto abuso de poder”, etcétera. En este
aspecto hay una diferencia sustancial con 6,7
y 8 donde a la par de los archivos y la edición de imágenes tiene un rol central
el análisis político. En definitiva, el Monopolio, a través de las redes
sociales y de sus medios gráficos, radiales y televisivos, logró montar con
gran eficacia, al decir de la presidenta, “una verdadera cadena del odio y del
desánimo”.
El
gobierno, por su parte, viene cometiendo -sin dejar de tener en cuenta sus
limitaciones, ya que se enfrenta a un monopolio informativo- varios errores en
el plano comunicacional. Existe una innecesaria y excesiva exposición mediática
de la presidenta. No siempre, desde un punto de vista comunicacional, que siempre
hable Cristina es lo más acertado si se quiere trasmitir un concepto o una idea,
más allá de las condiciones intelectuales y la capacidad expositiva que se le
reconoce. El uso reiterativo de la cadena nacional, independientemente del
derecho que la asiste, termina por producir un efecto contraproducente de saturación.
A los mejor sobre ciertos temas es más efectivo un aviso institucional como el
que este momento despliega el AFCA sobre el 7D, ya que puede apelar a elementos
gráficos y audiovisuales, sólo para citar un ejemplo. Por otra parte, para no
centrar todo en la presidenta, y esto entraña una decisión política, sería
importante multiplicar las voces autorizadas del gobierno, al estilo de las dos
espadas que fueron en su momento los Fernández, Aníbal y Alberto. Obviamente,
la política no se reduce al plano de la comunicación, pero en determinadas
circunstancias juega un papel, como mínimo, importante.
¿Qué pasó el
8N?
Ahora
bien, ¿En el 8N no pasó nada y todo sigue igual porque la multitud que ganó la
calle no tiene una dirección u organización política que canalice sus demandas
como opinan muchos? O, por el contrario, las fuerzas de la oposición han
obtenido un logro, ya que en menos de un año, luego de sufrir una aplastante
derrota, como recordábamos al comienzo de este artículo, consiguieron
movilizarse y protagonizar un hecho político de impacto.
Negar
el logro obtenido por la oposición es un error de la misma gravedad que
sobreestimarlo. Que el conjunto de las fuerzas opositoras hayan ganado, por un
momento, el centro del ring no supone de ningún modo que el gobierno haya
quedado entre las cuerdas ni mucho menos, pero la movilización ha planteado un
cuestionamiento y un desafío que tiene necesariamente sus efectos políticos.
Tomemos un solo ejemplo. Es indudable que después del 8N las chances de
reformar la Constitución y habilitar la posibilidad que Cristina Kirchner sea
reelegida por tercera vez, en caso que ella aparezca como la única garantía de
darle continuidad al proceso de transformación en marcha, han quedado, si no
clausuradas, por lo menos notablemente reducidas.
La lección
del 2008
Con
respecto al impacto de la movilización de los sectores medios y altos sobre el
conjunto de la sociedad es sin duda de gran utilidad las enseñanzas que nos
deja el conflicto de 2008 entre el gobierno y el campo. Si bien es cierto que era
otro en ese momento el escenario económico y social también lo es que la
composición social y política de la primera concentración multitudinaria que
lograron los simpatizantes del campo en Rosario (se hablaba de 300 mil personas) fue
semejante a la del 8N. El hecho constituyó una sorpresa para todos, incluso
para sus protagonistas, y colocó al gobierno a la defensiva. El campo
constituyó en ese momento un símbolo vacío que distintos sectores medios, e
incluso más bajos, llenaron con su propia insatisfacción. La diferencia
sustancial con el tipo de manifestación del 8N está en que en el 2008 el
gobierno enfrentó un lock-out patronal salvaje, que al bloquear las rutas
y desabastecer a la población, colocó al gobierno y a la sociedad en una situación
límite. Por otra parte, el bloque opositor con la conducción de la Mesa de
Enlace y la subordinación de los partidos afines a ella, logró capitalizar políticamente
su acción y le infligió una dura derrota al gobierno en el Senado. ¿Cómo lo
logró? No sólo por la traición de Cobos sino también porque consiguió sumar a
varios integrantes de los bloques del Frente para la Victoria, es decir, logró
meter una cuña dentro de las fuerzas oficialistas. No necesitó para ello ganar
ninguna elección. A través de la acción directa y de la movilización de una
parte de la población se constituyó como polo de poder y colocó al gobierno al
borde del colapso.
Los desafíos
del gobierno
La
situación actual es diferente ya que no aparece, como en el conflicto con el
campo, dentro del bloque opositor del 8N una reivindicación concreta a la cuál
esté asociado un sector económico y social, que a la vez ejerza de conducción, como
el que representaba entonces la Mesa de Enlace. Pero que no aparezca un
liderazgo político o sectorial no quiere decir que no haya dentro del bloque un
sector que viene en los hechos jugando un papel protagónico, oficiando a través
de sus medios de organizador colectivo del descontento, y su vez, subordinando
con su poder a parte de la Justicia y a la mayoría de la dirigencia política
que adhirió al 8N. La dificultad del Monopolio consiste en que es más fácil que
haya gente que se solidarice “con el agricultor, laborioso y madrugador, al
cual el Estado le quiere meter la mano en el bolsillo” (retenciones) que con
los intereses de un grupo concentrado aunque estos sean presentados como el
último bastión de la libertad de expresión. Es mucho más difícil no imposible.
Por eso el Monopolio, montado en el 8N va intentar alguna jugada de cara al 7D
que le pone fecha de vencimiento a la concentración.
El
gobierno enfrenta el desafío de buscar los medios para desmovilizar y
desarticular el bloque que se ha reactivado en su contra y al mismo tiempo
fortalecer y consolidar su propio frente. Con respecto a lo primero, el componente
emocional que moviliza a los manifestantes no es un hecho menor y habría que
tenerlo muy en cuenta a la hora de comunicar. Pero sin duda, lo esencial, sigue
siendo las políticas que el gobierno pueda implementar para crear un nuevo eje
de discusión y al mismo tiempo generar fisuras en los opositores. El conflicto
con el campo sigue siendo en ese sentido una gran fuente de enseñanzas. Lo que
le permitió al gobierno salir de la situación casi terminal en que lo dejó la
derrota en el Senado en julio de 2008, y el posterior revés electoral de Néstor
Kirchner en la provincia de Buenos Aires en junio de 2009, es haber avanzado en
la aplicación de medidas que le permitieron recuperar el favor de las grandes
mayorías (Ley de Medios, estatización de los fondos de pensiones, Asignación
Universal, etcétera) y, al mismo tiempo, desarticularon el bloque que habían
logrado constituir sus adversarios. Al mismo tiempo, el kircherismo en ese
proceso recuperó y ganó para sus filas importantes sectores de la clase media, muchos
de perfil progresista, que se habían ido alejando entre el 2003-2008 a medida
que el gobierno iba perdiendo el impulso transformador con que se había
iniciado.
En el plano de fortalecer y consolidar su
propio frente todas las propuestas que tienden a articular los apoyos al
gobierno, por dentro y fuera del peronismo, sólo pueden ser vistas como
acertadas y necesarias. Pero, al mismo tiempo, es fundamental debatir en el
conjunto de estas fuerzas políticas un programa mínimo de medidas para
profundizar el actual proceso, que sea capaz, a su vez, de movilizar a vastos
sectores de la población, trabajadores, empleados, profesionales, pequeños y
medianos empresarios, etcétera. La elaboración de ese programa no es algo que
deba ser dejado a la decisión sólo del gobierno sino que debe ser producto de
una elaboración colectiva. Para dar un ejemplo. La Ley de Medios, presentada
por los medios como la “Ley K”, es, según las propias palabras de la
presidenta, “la menos kirchneristas en cuanto a sus orígenes”, reconociendo así,
todo lo que su concreción le debe al esfuerzo y tenacidad de distintas organizaciones sociales y políticas.
Lo mismo se puede decir de la Asignación Universal, que incluso, como todos
sabemos, fue bandera de sectores de la oposición. Ahora bien, el gobierno tuvo
la lucidez y el coraje político para convertirlas en una realidad y empalmar
así con lo que ya miles y miles venían planteando y millones necesitaban.
El
gobierno conserva toda su fortaleza, pero no debe dormirse en los laureles. La
mejor manera de defender y consolidar el terreno ganado es seguir avanzando en
la transformación del país.