La peor de las pesadillas para los sectores populares en la Argentina
se ha hecho realidad. Mauricio Macri se ha convertido en presidente de la
Nación a través del voto mayoritario de los argentinos. El gabinete y las
medidas recientemente anunciadas nos confirman que no se trata de un sueño y que ésta
es la dura realidad que nos toca afrontar. ¿Cómo ha podido suceder? El estupor
es grande ante esta derrota inesperada, sobre todo si se tiene en cuenta en el
momento en que se produce. No estamos ante las circunstancias del golpe del ‘76
con las fuerzas populares replegadas y el centro de la escena política ocupado
por la violencia armada. Aquello fue una derrota anunciada. En los días previos
al levantamiento militar se comentaba en todas partes que el hecho era
inminente y, además, inevitable.
Tampoco son las circunstancias del giro neoliberal que le impuso Carlos
Menem a su gobierno en los ’90, después de prometer un salariazo durante la
campaña electoral. La rendición incondicional de Menem a los grupos
concentrados del país fue la culminación de un proceso de abandono paulatino de
las banderas ‘45 por parte de la dirigencia política del peronismo. Todo esto
en el marco de una hiperinflación incontenible y el avance irrefrenable a nivel
mundial del neoliberalismo tras la caída del Muro de Berlín.
Por el contrario, el gobierno que fue derrotado el 22 de noviembre
pasado atravesaba dificultades, sobre todo producto de la desaceleración de la
economía a partir de 2012, pero no estaba en crisis de ningún modo. En el terreno
político, a pesar de las operaciones desestabilizadoras montadas en su contra,
como la denuncia de Nisman y su posterior muerte, el Frente para la Victoria
llegó al mes de agosto con paso firme y logró una importante victoria en las
PASO que lo dejó a más de 8 puntos sobre su inmediato seguidor Mauricio Macri.
Tras este resultado, para el oficialismo como para la oposición, el
interrogante era si en las elecciones generales del 25 de octubre Scioli
lograría obtener los 10 puntos de diferencia que necesitaba para imponerse en
la primera vuelta o se vería forzado una segunda votación. Todo el esfuerzo de
la oposición se concentró en impedir que el FPV ganase en la primera vuelta.
Los resultados del 25 de octubre fueron una sorpresa tanto para el oficialismo
como para la oposición. No estaba en la expectativa del PRO quedar a tan sólo
tres puntos de Scioli. Si bien el FPV resultó el ganador de la votación del 25 de octubre la inesperada
aproximación del PRO supuso un revés político para el kirchnerismo y también un
cambio dramático en las expectativas electorales de la gente.
¿Qué fue lo que le permitió a Mauricio Macri incrementar en un millón y
medio su caudal de votos con respecto al resultado de las PASO frente a los tan
sólo trescientos mil nuevos que logro sumar Scioli?
Tres hechos destacados
La explicación hay que buscarla en lo que sucedió en el lapso de tiempo
que va del 9 de agosto, donde el FPV gana las PASO y emerge como claro favorito,
y el 25 de octubre donde se produce un resultado para todos inesperado. De la
observación de ese período surgen al menos tres hechos destacados. El primero,
y quizás el más decisivo, fue la campaña de deslegitimación del voto popular a
través de una intensa campaña de denuncia de fraude a la que se sumó toda la
oposición con el apoyo de los grandes medios de comunicación y parte de la
Justicia. Los incidentes producidos en Tucumán durante la elección a gobernador
del 23 de agosto y el día posterior permitieron a los grandes medios instalar un
relato dramático e indignante para vastos sectores de la población del país.
Las denuncias de fraudes junto a las imágenes de urnas quemadas y de la
represión policial a la manifestación opositora en la Plaza Independencia fueron
replicadas por los canales de televisión durante más de un mes en toda la
nación. A eso hay que sumar el fallo de la Cámara en lo Contencioso
Administrativo de Tucumán que hizo lugar a las denuncias de fraude y anuló fugazmente
la elección del 23 de agosto. También tuvo gran impacto nacional, sobre todo en
la provincia de Buenos Aires, como lo demostrarían las elecciones del 25 de
octubre, el recrudecimiento en los medios de las acusaciones contra Aníbal
Fernández como narcotraficante.
A lo anterior hay que sumar el protagonismo que asumió en esos más de
dos meses Cristina Fernández de Kirchner en medio de la campaña. La presidenta
persuadida, como la mayoría, de que Scioli tenía virtualmente ganada la
elección y que lo que estaba en duda sólo era si habría o no segunda vuelta se
dedicó a marcarle la cancha al candidato del FPV para impedir en éste cualquier
impulso de capitulación ante los fondos buitres o ante cualquier otra expresión
del poder concentrado del país. Cristina utilizó con ese propósito numerosas
cadenas nacionales que la situaron en el centro de la escena y tuvieron el
efecto no deseado, por un lado, de eclipsar a Scioli y, por el otro, de mostrar
ante la población la falta de un discurso unificado para enfrentar la batalla
electoral.
Daniel Scioli llegó al 9 de agosto planteando que él expresaba “la
continuidad con cambió”, un oxímoron de dudosa eficacia como mensaje
publicitario, pero que expresaba la oferta de renovación del FPV, tras doce años
en el gobierno nacional (el más prolongado en la historia del país) y, al mismo
tiempo, la voluntad de mantener las conquistas logradas en ese período. Por su
parte, Mauricio Macri decidió hacer un cambio notable en su discurso tras la
elección del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires donde resultó triunfante
su candidato, Horacio Rodríguez Larreta, pero quedó a sólo tres dramáticos
puntos de distancia de Martin Lousteau. Esa noche Macri, ante el asombro de
propios y extraños, declaró, sin sonrojarse, que los ciudadanos no debían tener
miedo ya que él iba mantener conquistas como la asignación universal,
jubilaciones y pensiones y que tampoco iba privatizar YPF o Aerolíneas
Argentinas. En síntesis, Macri se presentaba como “el cambio con continuidad”.
El discurso escandalosamente contradictorio con lo sostenido por el PRO
hasta el día antes estaba dirigido aquellos sectores del electorado disgustados
con el gobierno, pero que no estaban dispuestos a perder los beneficios
otorgados por éste. Los resultados del 9 de agosto parecieron demostrar la
ineficacia de este mensaje a todas luces falso y oportunista y dejó a Durán
Barba al borde del despido como asesor comunicacional. Sin embargo, la escena
política nacional se modificó, como señalamos más arriba, al día siguiente de
las PASO. El mensaje contradictorio y oportunista comenzó a encontrar terreno
fértil en la indignación de vastos sectores con las “maniobras fraudulentas” y
los “funcionarios vinculados al narcotráfico” que los medios de prensa y la
televisión denunciaban cotidianamente.
Fue la gota que horada la piedra o que rebalsa el vaso, como se quiera. Lo
que no era eficaz antes empezó a serlo en ese momento. Muchos comenzaron a
creer o quisieron creer, para el caso resulta lo mismo, que Macri era el
“cambio con continuidad”. El resultado del 25 de octubre con Scioli ganador,
pero con Macri, sorpresivamente, pisándole los talones creo una expectativa a
favor de este último que la segunda vuelta termino confirmando, a pesar de la
tenacidad militante de hombres y mujeres del FPV que quedó a menos de tres
puntos de la proeza.
La autonomía de la política
Algunos análisis de lo ocurrido ponen como factor determinante de la
derrota la desaceleración económica que se produjo a partir de 2012, ya que la
falta de expectativa en este terreno habría terminado produciendo el vuelco de
grandes sectores del electorado por Macri. La desaceleración de la economía fue,
sin duda, un elemento muy importante en contra del FPV, pero no explica por sí
misma la derrota, ya que entre el triunfo del 9 de agosto y el traspié del 25
de octubre las condiciones económicas continuaron siendo las mismas.
Al contrario, lo ocurrido en ese período es más bien un claro ejemplo de
la autonomía, siempre relativa, por supuesto, de la política respecto de la
economía. Todos los elementos antes señalados se conjugaron en una proporción
imposible de precisar para cambiar poco a poco e, imperceptiblemente, la
inclinación de los votantes que hasta el 9 de agosto había sido, claramente,
favorable a Scioli. Lo que ocurrió entre esa fecha y el 25 de octubre entra
dentro del terreno de lo indecidible o indeterminado. Es decir, los
protagonistas involucrados en la contienda produjeron situaciones y hechos que
fueron más allá de sus intenciones y condiciones iniciales generando un
resultado que terminó sorprendiendo a ambos. No era inevitable la derrota,
sobre todo después de haber ganado el 9 de agosto, de ahí la sensación en los
hombres y mujeres del FPV de que el poder les fue arrebatado inexplicablemente.
Un frente debilitado
Ahora bien, tratar las razones de la derrota en el breve interregno que
va de las PASO a la primera vuelta no supone de ningún modo renunciar a buscar
las causas más profundas o estructurales que contribuyeron a la vulnerabilidad
del FPV. Unas de las cosas que se suele olvidar es que el FPV llegó a las
elecciones del 2015 habiendo sufrido una importante escisión en 2013 a manos de
Sergio Massa que lo llevó a perder la Provincia de Buenos Aires en la
renovación legislativa de ese año. El 55% de los votos conseguidos por Cristina
en octubre de 2011 fue con Sergio Massa, o con los sectores que se sintieron
representados posteriormente por él, adentro del FPV. Las bases de
sustentación del kirchnerismo estuvieron desde un comienzo conformadas,
fundamentalmente, por el movimiento
obrero organizado, distintas organizaciones populares y los sectores medios que
se inscriben en una tradición nacional-democrática y que actúan tanto por
dentro como por fuera del peronismo, y, por supuesto, el Partido Justicialista,
que en los hechos funcionaba bajo la jefatura de los respectivos gobernadores
oficialista en cada provincia.
Lo que se aprecia,
claramente, cuando uno observa el período que va de las elecciones de 2011 a
las de 2015 es que ese frente político y social se fue debilitando por turbulencias
y conflictos que terminaron generando desprendimientos políticos y sindicales
como el de Massa y Moyano, respectivamente. El problema no consistió en que
Moyano se haya ido y terminado poniéndose a disposición de los que hasta el día
anterior combatía. El tema estriba en que no fue sustituido por nadie en el rol
que él cumplía como expresión de un sindicalismo comprometido con la
transformación que llevaba adelante el gobierno. A partir de ese momento el
papel del movimiento obrero organizado fue casi nulo en los momentos decisivos que
debió enfrentar el FPV. También es verdad que el discurso del gobierno no
interpeló al gremialismo ni lo mencionó tampoco como columna vertebral o componente
fundamental del movimiento a la hora de conformar las listas electorales. El
gobierno a partir de la obtención del 55% de los votos no impulsó ni profundizó
una política de frente capaz de fortalecer su sistema de alianzas y, al mismo
tiempo, debilitar o neutralizar el de sus adversarios. Durante el segundo
gobierno de Cristina Fernández se obtuvieron grandes logros estratégicos como la
reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y las estatizaciones de YPF y los
ferrocarriles, para citar sólo algunos, pero no se tuvo la misma eficacia en la
construcción o armado político y social.
“Paciencia e ironía”
El señalamiento sobre
posibles errores o debilidades del FPV anteriores a la derrota electoral del 22
de noviembre no debe tomarse como un pase de factura o una búsqueda de
culpables sino como parte de una tarea colectiva de reflexión para tratar de
entender qué es lo que pasó. No se trata de cuestiones del pasado que hay que dejar
atrás, definitivamente, para enfrentar la nueva situación que nos impone el
presente. Si bien el escenario que tenemos por delante es totalmente diferente
al que acabamos de dejar atrás la reflexión sobre lo que pasó es importante
porque involucra cuestiones estratégicas que vamos a volver a encontrarlas a la
vuelta de la esquina. La más elemental lógica de supervivencia indica que tras
una derrota, a la par de la reflexión, lo fundamental es reagrupar fuerzas, no anteponer
las diferencias y unirse ante el adversario común.
No obstante la
adversidad actual, hay algo muy importante a favor del FPV que se señaló al
comienzo de este artículo. La derrota del movimiento nacional y popular no llegó
en un momento de retroceso o extrema debilidad de éste. Por el contrario,
existe casi un 49% de argentinos y argentinas que convalidaron lo hecho en
estos años, a la par de numerosos militantes en todo país dispuestos a librar
una firme resistencia a los intentos de restauración neoliberal que inexorablemente
se van a poner en marcha. A diferencia del golpe del ‘55 que instaló a los
militares en el poder y a Perón en el exilio, hoy estamos en democracia y con
Cristina Fernández de Kirchner en el país y en uso pleno de facultades políticas.
El hecho no es menor porque tras la muerte de Perón en el ‘74 debieron
transcurrir más de 30 años para que apareciese en el peronismo una jefatura con
el prestigio suficiente para reagrupar las fuerzas tras su figura. Pero sería
engañarse y subestimar a nuestros adversarios creer que sólo se trata de
resistir cuatro años y esperar a que Cristina regrese. Ojalá sea así. El golpe ha
sido duro, hemos perdido la conducción de Estado nacional, instrumento
imprescindible para llevar la transformación realizada en estos años. La ironía
de la historia reside en que los cómplices de los que atentaron contra la
democracia hoy llegaron al poder través de ella. Lo más difícil es aceptar que
esta situación no puede ser revertida de un día para otro por un mero acto de
voluntad. Se va a necesitar tiempo y paciencia. Al respecto, el escritor Jorge
Semprún escribía, también en la adversidad, que “la paciencia y la ironía son
las principales virtudes de un revolucionario”.