miércoles, 10 de octubre de 2018

El itinerario clásico de un héroe

Dos fotos del célebre guerrillero juegan un papel decisivo en la construcción de su imagen mítica. En ambos casos intervino el azar.




Desde un principio los pasos de Ernesto Guevara describen el itinerario clásico del héroe. Un joven abandona su hogar y parte en un viaje de aventura y conocimiento. El territorio a conocer es América Latina. La historia parece estar esperándolo. En 1953 asistirá sucesivamente a los procesos revolucionarios que tienen lugar en Bolivia y Guatemala. Luego, en 1955 tendrá lugar el decisivo encuentro con Fidel Castro. De ahí Sierra Maestra, el combate, el triunfo, la gloria. 


Sin duda Guevara era un hombre con destino de héroe. ¿Pero en qué momento se convirtió en un mito? Es difícil precisarlo. Quizás cuando renuncia al gobierno en Cuba en 1965 para continuar la revolución en otras tierras. Antes de eso Guevara era el dirigente de una revolución triunfante que se había distinguido por su inteligencia y valor, un hombre que aunaba en su persona acción y reflexión. Podía, si quería, dormirse en los laureles. Sin embargo Guevara renuncia al poder y a los privilegios que éste otorga para arriesgar su vida en nuevos combates. 


A partir de ahí su vida entra en el misterio. Nadie sabe dónde se encuentra. Algunos se preguntan si está vivo. Las más diferentes versiones se tejen sobre su suerte. Los gobiernos creen verlo detrás de cada estallido insurgente que se produce en el continente. Un fantasma recorre América Latina.


A principios de 1967 los diarios informan que se encontraría en Bolivia al mando de un grupo de guerrilleros. Pero no hay pruebas fehacientes de su presencia. Hasta que un día llega la noticia. El Che ha sido muerto en la selva boliviana. La gente se muestra entre sorprendida e incrédula. No es el Che, es un doble, dicen. Sus ejecutores también dudan, por eso le cortan las manos para que lo identifique la policía federal argentina. Junto con la noticia de su muerte llegan las fotos de su cadáver. Su cuerpo de una delgadez extrema yace tendido sobre una batea de cemento en el hospital de Vallegrande. En su torso desnudo pueden apreciarse los signos del martirio; el asma, el hambre, los balazos finales. Sin embargo su rostro luce claro y sereno. La muerte ha dulcificado sus facciones: tiene los ojos entreabiertos y lo ilumina una leve sonrisa. Algunos opinan que si los militares bolivianos se hubiesen dado cuenta de que el Che muerto se parecía a Cristo no hubiesen dado a conocer las fotos.


Pero una vez más en la historia del Che una serie de circunstancias se confabularon para ayudar a la construcción de su imagen mítica. Los militares bolivianos estaban obligados a mostrar las fotos para probar que el Che estaba muerto; en ese afán peinaron sus cabellos y limpiaron su rostro. Si el Che muerto se parecía a Cristo, sólo le faltaba resucitar. Y lo hizo. Al poco tiempo de su ejecución comenzó a aparecer presidiendo las movilizaciones populares en distintas partes del mundo. Guevara volvía así de la muerte con una imagen juvenil, de boina y con una mirada soñadora. El prodigio había comenzado a gestarse en 1960 en La Habana cuando Alberto "Korda" le sacó por casualidad la foto que lo inmortalizaría (una vez más el azar). 

Desde su muerte su sobrevida icónica no se detendrá. Su imagen proliferará asociada a un conjunto de ideas simples, pero contundentes: el sacrificio por un ideal, la lucha de los países pobres contra los poderosos, el compromiso con los oprimidos.

viernes, 4 de agosto de 2017

EL GOCE DE LA AMBIGUEDAD

Breve reflexión sobre "El desplazamiento de la voluntad", de Nicolás Pontón. Gran Premio Salón Nacional de Arte Contemporáneo. UNT. 2017.

El artista ha montado aquí un dispositivo que se sostiene en una paradoja. Si la verdad es desocultamiento, develamiento, es decir, un proceso a través del cual el ser de las cosas se nos revela en su desnudez y si, como quería Heidegger, el arte es uno de los procedimientos privilegiados para desocultar o develar el ser de las cosas, como lo hace Van Gogh en su célebre cuadro Zapatos de campesino, entonces El desplazamiento de la voluntad desoculta a través del ocultamiento.
¿Qué oculta?
La obra oculta, detrás de un velo traslúcido, una cosa u objeto del cuál no podemos decir con precisión qué es o cuál es su sentido. El objeto se deja entrever, se insinúa, pero no se deja atrapar nunca en su desnudez.
¿Entonces qué es la que devela esta obra?
El desplazamiento de la voluntad desoculta su propia ambigüedad constitutiva, la incertidumbre que la atraviesa, la imposibilidad de definirla o establecer un sentido último, de desgarrar su velo sin destruir al mismo tiempo la obra y, por lo tanto, también, el goce de su contemplación. Esta obra nos impide percibir el objeto con claridad y deleitarnos con su sensorialidad, nos propone en cambio entregarnos al goce de la ambigüedad y los sentidos evanescentes.

lunes, 12 de junio de 2017

LA CULTURA MILANGA


Comparto este artículo que escribí en el año 2001 para La Aldea, una revista que editamos un grupo de compañeros, tras el cierre de El Periódico donde trabajábamos. 

Los orígenes y mutaciones del sanguche de milanesa, un plato de procedencia italiana que se convirtió en un emblema tucumano. Un sabroso ejemplo de hibridación cultural.

Para algunos una ciudad tiene el misterio y el encanto de la mujer que se amó entre sus calles. Para otros, un país o una ciudad se definen por sus olores y sus sabores. Para Gabriel García Márquez, por ejemplo, el olor de la guayaba evoca la región de Colombia que lo vio crecer. Tucumán, por su parte, se asocia sin duda al aroma de los azares y la melaza, los veranos húmedos y calurosos, los días fríos y luminosos de julio, la caña de azúcar y las empanadas de carne (por supuesto, sin papa, aceituna o pasas de uva). Pero lo propiamente tucumano en materia de sabores es el sanguche de milanesa. La evocación puede parecer prosaica, pero no tiene por qué serlo. Al fin y al cabo lo que nos hace de algún lugar, además de la lengua que mamamos con la primera leche, son los olores y sabores que percibimos desde la infancia.

Para confirmarlo está el testimonio de los tucumanos que lejos de su patria chica, ya sea en Buenos Aires o New York, aprenden los rigores del exilio cuando se ven privados de saborear una mila (“¡Completa por favor!”) como el cuerpo manda. Están también los relatos de algunos emigrados sobre las desventuras que supone intentar hacer una milanesa en Estados Unidos. Se requiere algo más que “carne para milanesa”, huevos y pan rallado. Primero hay que saber cuál es el corte apropiado, luego hay que tener el vocabulario adecuado para pedirle al carnicero que las corte, y saber que analogía sugerirle ya que la palabra milanesa no existe, no tiene traducción.

En fin, lejos de nuestra tierra, al evocar el sanguche de milanesa nos enfrentamos a nuestra condición de extranjeros y nos hundimos en la nostalgia.

Es verdad que los tucumanos aprendemos también desde niños a saborear humitas, tamales, locros y empanadas. Pero mientras que todos estos platos hunden sus raíces en nuestro pasado indígena y colonial, el sanguche de milanesa es una creación moderna. Se trata de una adaptación tucumana de un plato que trajeron los inmigrantes italianos; un verdadero ejemplo de mixtura cultural que los antropólogos vernáculos por lo general no tienen en cuenta. Pero la milanesa antes de llegar a estas tierras tropicales y convertirse en nuestro típico sanguche recorrió un largo camino.

Los estudiosos establecen su origen en la pequeña ciudad francesa de Vienne, junto al Ródano, donde alguien, en un acto de inspiración, se le ocurrió tomar un trozo de carne, pasarlo por huevo y pan rallado y luego freírlo. De ahí saltó a España, donde tomó el nombre de Costoletta en Andalucía. Posteriormente, cuando Carlos V, en 1535, envió tropas a la ciudad de Milán, las que incluían a numerosos andaluces, éstos introdujeron su comida preferida entre los milaneses, quienes la adoptaron con verdadero deleite y terminaron imponiéndole su nombre.

Tres siglos más tarde, en 1848, el mariscal austríaco Joseph Radetzky enviado al norte de Italia para aplastar la rebelión contra los Habsburgos, descubrió en Milán el original plato. A su regreso a Viena le dio la receta al cocinero real. El emperador Francisco José al saborear la milanesa quedó encantado y la consideró como una conquista austríaca. Fue tal el entusiasmo con que los vieneses la recibieron que algunos llegaron a atribuirles la paternidad de la receta.

A nuestro país llegó con los inmigrantes italianos y rápidamente integró lo que se dio en llamar el triángulo de la mesa argentina: asado, puchero y milanesa (“De carne somos”). La milanesa además de ser un manjar encierra una metáfora que los argentinos pronto comprendieron. A poco de haber llegado a estas tierras la palabra “milanesa” empezó a utilizarse popularmente para referirse a la mentira. El desplazamiento de significado, en este caso, alude a un engaño respecto de la carne oculta. Siguiendo esa línea de pensamiento se acuñó la frase “la verdad de la milanesa”. Algo así como la verdad de la mentira. Una antinomia capaz de provocar la iluminación de un monje zen.

Pero las apropiaciones de la milanesa en nuestro país no sólo fueron del orden lingüístico. En Buenos Aires en la década del 40, don José Nápoli, dueño de un restaurante del mismo nombre, muy concurrido y que estaba ubicado enfrente del Luna Park, decidió un día ofrecerle a sus clientes una milanesa con el agregado de una lonja de jamón, y otra de queso, bañada con salsa de tomate y gratinada al horno. La llamó “milanesa a la Nápoli”, nombre que muchos transformaron después en una ensalada de gentilicios y pasó a ser “milanesa napolitana”. Mientras todo esto ocurría la milanesa en forma de sanguche se había convertido en Buenos Aires en una comida de gran difusión entre los sectores populares, ya sea que se consumiese en el bar de la esquina o formase parte de la vianda que se llevaba al trabajo.

Ahora bien, ¿en qué consiste entonces la particularidad del sanguche tucumano? Primero hay que tener en cuenta que la versión porteña se reduce a la milanesa y al pan con poco y nada de aderezo. En nuestra mila, en cambio, lo que acompaña es fundamental. El sanguche completo lleva lechuga picada fina, rodajas de tomate (también cebolla si se prefiere), mayonesa, mostaza y picante. La carne, por su parte, experimentó un proceso de espiritualización. En algunos casos extremos llega casi a desaparecer. Todo indica que se está cerca del hecho prodigioso de un sanguche de milanesa sin carne.

Hasta aquí los componentes tomados aisladamente. Pero ya se sabe que el todo es mucho más que la suma de las partes y que el secreto de un buen sanguche es la sabia mezcla de todos ellos. En síntesis, la mila es mucho más que un pan con una milanesa adentro. Culturalmente hablando es un híbrido (es decir, lo mismo, pero no igual; diferente, pero no totalmente); una fusión de diferentes tradiciones culinarias. Obviamente la de los inmigrantes, pero también, por ejemplo, la indígena a través del picante; un ingrediente siempre presente en el norte argentino.

El sanguche de milanesa tucumano es indisociable además del lugar donde se lo compra o consume: el kiosco de milanesa. En su versión más elemental supone una pequeña caseta de lata con el espacio indispensable para colocar una cocina donde freír las milanesas para los clientes. Se trata de un negocio de comida al paso, de fast food avant la lettre -surgió mucho antes de que la expresión empezase a usarse por estos lados- y es una prueba irrefutable de que en materia de comida chatarra somos precursores que estamos a la altura de las grandes capitales del mundo.

Sus orígenes no son fáciles de establecer con precisión. Están los que recuerdan los kioscos de milanesa que proliferaron alrededor de la plaza que existía en El Bajo frente a la estación del ferrocarril en los años 50. Por supuesto, antes que se construyera en ese espacio lo que en su momento fue la nueva terminal de ómnibus de la ciudad y también antes que se convirtiese en vieja y el lugar fuera ocupada por la actual feria municipal.

Están además los que se remontan aún más atrás en el tiempo. A fines de la década del 30 frente a la plaza Yrigoyen, donde actualmente están los tribunales, funcionaba el mercado de abasto de la ciudad. Una zona ideal para la venta de comida rápida. En la esquina donde hoy se encuentra el bar ABC, sobre la vereda de General Paz, alguien recuerda un kiosco de milanesa muy concurrido atendido por dos italianos. La cocina quedaba al aire libre toda la noche y nadie la tocaba. ¿Estamos ante el “protokiosco” de milanesa? Probablemente no. Un trabajo arqueológico más riguroso nos obligaría quizás a excavar más profundo en el tiempo, a buscar en esos años en que Tucumán, al ritmo de los ingenios azucareros, iba delineando los rasgos de una cultura urbana.

Si bien los orígenes del sanguche de milanesa son plebeyos, en su fulgurante trayectoria terminó conquistando a todos los sectores sociales y convirtiéndose en un emblema tucumano. No faltan quienes consideran que el paso siguiente es exportarlo y competir de igual a igual con las hamburguesas de Mc Donald’s. Nada de actitudes defensivas ante la globalización arrolladora. Todo lo contrario. Se nos propone salir a conquistar el mundo con nuestro sanguche. Pero la mila no sólo enciende la imaginación de algunos emprendedores tucumanos, también es fuente de inspiración de algunos artistas.

Hace poco, el escultor Sandro Pereyra dio forma a un Homenaje al sanguche de dos metros de altura en resina poliéster. La obra, inscripta en los que podríamos llamar realismo kitsch, muestra a un gordo que en estado de éxtasis saborea una mila. Pereyra logró vender muy bien su obra en Buenos Aires. Todo un símbolo. La cultura milanga se extiende por el país como una mancha de mayonesa.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Una derrota inesperada




La peor de las pesadillas para los sectores populares en la Argentina se ha hecho realidad. Mauricio Macri se ha convertido en presidente de la Nación a través del voto mayoritario de los argentinos. El gabinete y las medidas recientemente anunciadas nos confirman que no se trata de un sueño y que ésta es la dura realidad que nos toca afrontar. ¿Cómo ha podido suceder? El estupor es grande ante esta derrota inesperada, sobre todo si se tiene en cuenta en el momento en que se produce. No estamos ante las circunstancias del golpe del ‘76 con las fuerzas populares replegadas y el centro de la escena política ocupado por la violencia armada. Aquello fue una derrota anunciada. En los días previos al levantamiento militar se comentaba en todas partes que el hecho era inminente y, además, inevitable.
Tampoco son las circunstancias del giro neoliberal que le impuso Carlos Menem a su gobierno en los ’90, después de prometer un salariazo durante la campaña electoral. La rendición incondicional de Menem a los grupos concentrados del país fue la culminación de un proceso de abandono paulatino de las banderas ‘45 por parte de la dirigencia política del peronismo. Todo esto en el marco de una hiperinflación incontenible y el avance irrefrenable a nivel mundial del neoliberalismo tras la caída del Muro de Berlín.
Por el contrario, el gobierno que fue derrotado el 22 de noviembre pasado atravesaba dificultades, sobre todo producto de la desaceleración de la economía a partir de 2012, pero no estaba en crisis de ningún modo. En el terreno político, a pesar de las operaciones desestabilizadoras montadas en su contra, como la denuncia de Nisman y su posterior muerte, el Frente para la Victoria llegó al mes de agosto con paso firme y logró una importante victoria en las PASO que lo dejó a más de 8 puntos sobre su inmediato seguidor Mauricio Macri.
Tras este resultado, para el oficialismo como para la oposición, el interrogante era si en las elecciones generales del 25 de octubre Scioli lograría obtener los 10 puntos de diferencia que necesitaba para imponerse en la primera vuelta o se vería forzado una segunda votación. Todo el esfuerzo de la oposición se concentró en impedir que el FPV ganase en la primera vuelta. Los resultados del 25 de octubre fueron una sorpresa tanto para el oficialismo como para la oposición. No estaba en la expectativa del PRO quedar a tan sólo tres puntos de Scioli. Si bien el FPV resultó el ganador de la votación del 25 de octubre la inesperada aproximación del PRO supuso un revés político para el kirchnerismo y también un cambio dramático en las expectativas electorales de la gente.
¿Qué fue lo que le permitió a Mauricio Macri incrementar en un millón y medio su caudal de votos con respecto al resultado de las PASO frente a los tan sólo trescientos mil nuevos que logro sumar Scioli?

Tres hechos destacados
La explicación hay que buscarla en lo que sucedió en el lapso de tiempo que va del 9 de agosto, donde el FPV gana las PASO y emerge como claro favorito, y el 25 de octubre donde se produce un resultado para todos inesperado. De la observación de ese período surgen al menos tres hechos destacados. El primero, y quizás el más decisivo, fue la campaña de deslegitimación del voto popular a través de una intensa campaña de denuncia de fraude a la que se sumó toda la oposición con el apoyo de los grandes medios de comunicación y parte de la Justicia. Los incidentes producidos en Tucumán durante la elección a gobernador del 23 de agosto y el día posterior permitieron a los grandes medios instalar un relato dramático e indignante para vastos sectores de la población del país.
Las denuncias de fraudes junto a las imágenes de urnas quemadas y de la represión policial a la manifestación opositora en la Plaza Independencia fueron replicadas por los canales de televisión durante más de un mes en toda la nación. A eso hay que sumar el fallo de la Cámara en lo Contencioso Administrativo de Tucumán que hizo lugar a las denuncias de fraude y anuló fugazmente la elección del 23 de agosto. También tuvo gran impacto nacional, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, como lo demostrarían las elecciones del 25 de octubre, el recrudecimiento en los medios de las acusaciones contra Aníbal Fernández como narcotraficante.
A lo anterior hay que sumar el protagonismo que asumió en esos más de dos meses Cristina Fernández de Kirchner en medio de la campaña. La presidenta persuadida, como la mayoría, de que Scioli tenía virtualmente ganada la elección y que lo que estaba en duda sólo era si habría o no segunda vuelta se dedicó a marcarle la cancha al candidato del FPV para impedir en éste cualquier impulso de capitulación ante los fondos buitres o ante cualquier otra expresión del poder concentrado del país. Cristina utilizó con ese propósito numerosas cadenas nacionales que la situaron en el centro de la escena y tuvieron el efecto no deseado, por un lado, de eclipsar a Scioli y, por el otro, de mostrar ante la población la falta de un discurso unificado para enfrentar la batalla electoral.
Daniel Scioli llegó al 9 de agosto planteando que él expresaba “la continuidad con cambió”, un oxímoron de dudosa eficacia como mensaje publicitario, pero que expresaba la oferta de renovación del FPV, tras doce años en el gobierno nacional (el más prolongado en la historia del país) y, al mismo tiempo, la voluntad de mantener las conquistas logradas en ese período. Por su parte, Mauricio Macri decidió hacer un cambio notable en su discurso tras la elección del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires donde resultó triunfante su candidato, Horacio Rodríguez Larreta, pero quedó a sólo tres dramáticos puntos de distancia de Martin Lousteau. Esa noche Macri, ante el asombro de propios y extraños, declaró, sin sonrojarse, que los ciudadanos no debían tener miedo ya que él iba mantener conquistas como la asignación universal, jubilaciones y pensiones y que tampoco iba privatizar YPF o Aerolíneas Argentinas. En síntesis, Macri se presentaba como “el cambio con continuidad”.
El discurso escandalosamente contradictorio con lo sostenido por el PRO hasta el día antes estaba dirigido aquellos sectores del electorado disgustados con el gobierno, pero que no estaban dispuestos a perder los beneficios otorgados por éste. Los resultados del 9 de agosto parecieron demostrar la ineficacia de este mensaje a todas luces falso y oportunista y dejó a Durán Barba al borde del despido como asesor comunicacional. Sin embargo, la escena política nacional se modificó, como señalamos más arriba, al día siguiente de las PASO. El mensaje contradictorio y oportunista comenzó a encontrar terreno fértil en la indignación de vastos sectores con las “maniobras fraudulentas” y los “funcionarios vinculados al narcotráfico” que los medios de prensa y la televisión denunciaban cotidianamente.
Fue la gota que horada la piedra o que rebalsa el vaso, como se quiera. Lo que no era eficaz antes empezó a serlo en ese momento. Muchos comenzaron a creer o quisieron creer, para el caso resulta lo mismo, que Macri era el “cambio con continuidad”. El resultado del 25 de octubre con Scioli ganador, pero con Macri, sorpresivamente, pisándole los talones creo una expectativa a favor de este último que la segunda vuelta termino confirmando, a pesar de la tenacidad militante de hombres y mujeres del FPV que quedó a menos de tres puntos de la proeza.

La autonomía de la política
Algunos análisis de lo ocurrido ponen como factor determinante de la derrota la desaceleración económica que se produjo a partir de 2012, ya que la falta de expectativa en este terreno habría terminado produciendo el vuelco de grandes sectores del electorado por Macri. La desaceleración de la economía fue, sin duda, un elemento muy importante en contra del FPV, pero no explica por sí misma la derrota, ya que entre el triunfo del 9 de agosto y el traspié del 25 de octubre las condiciones económicas continuaron siendo las mismas.
Al contrario, lo ocurrido en ese período es más bien un claro ejemplo de la autonomía, siempre relativa, por supuesto, de la política respecto de la economía. Todos los elementos antes señalados se conjugaron en una proporción imposible de precisar para cambiar poco a poco e, imperceptiblemente, la inclinación de los votantes que hasta el 9 de agosto había sido, claramente, favorable a Scioli. Lo que ocurrió entre esa fecha y el 25 de octubre entra dentro del terreno de lo indecidible o indeterminado. Es decir, los protagonistas involucrados en la contienda produjeron situaciones y hechos que fueron más allá de sus intenciones y condiciones iniciales generando un resultado que terminó sorprendiendo a ambos. No era inevitable la derrota, sobre todo después de haber ganado el 9 de agosto, de ahí la sensación en los hombres y mujeres del FPV de que el poder les fue arrebatado inexplicablemente.

Un frente debilitado
Ahora bien, tratar las razones de la derrota en el breve interregno que va de las PASO a la primera vuelta no supone de ningún modo renunciar a buscar las causas más profundas o estructurales que contribuyeron a la vulnerabilidad del FPV. Unas de las cosas que se suele olvidar es que el FPV llegó a las elecciones del 2015 habiendo sufrido una importante escisión en 2013 a manos de Sergio Massa que lo llevó a perder la Provincia de Buenos Aires en la renovación legislativa de ese año. El 55% de los votos conseguidos por Cristina en octubre de 2011 fue con Sergio Massa, o con los sectores que se sintieron representados posteriormente por él, adentro del FPV. Las bases de sustentación del kirchnerismo estuvieron desde un comienzo conformadas, fundamentalmente, por el movimiento obrero organizado, distintas organizaciones populares y los sectores medios que se inscriben en una tradición nacional-democrática y que actúan tanto por dentro como por fuera del peronismo, y, por supuesto, el Partido Justicialista, que en los hechos funcionaba bajo la jefatura de los respectivos gobernadores oficialista en cada provincia.
Lo que se aprecia, claramente, cuando uno observa el período que va de las elecciones de 2011 a las de 2015 es que ese frente político y social se fue debilitando por turbulencias y conflictos que terminaron generando desprendimientos políticos y sindicales como el de Massa y Moyano, respectivamente. El problema no consistió en que Moyano se haya ido y terminado poniéndose a disposición de los que hasta el día anterior combatía. El tema estriba en que no fue sustituido por nadie en el rol que él cumplía como expresión de un sindicalismo comprometido con la transformación que llevaba adelante el gobierno. A partir de ese momento el papel del movimiento obrero organizado fue casi nulo en los momentos decisivos que debió enfrentar el FPV. También es verdad que el discurso del gobierno no interpeló al gremialismo ni lo mencionó tampoco como columna vertebral o componente fundamental del movimiento a la hora de conformar las listas electorales. El gobierno a partir de la obtención del 55% de los votos no impulsó ni profundizó una política de frente capaz de fortalecer su sistema de alianzas y, al mismo tiempo, debilitar o neutralizar el de sus adversarios. Durante el segundo gobierno de Cristina Fernández se obtuvieron grandes logros estratégicos como la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y las estatizaciones de YPF y los ferrocarriles, para citar sólo algunos, pero no se tuvo la misma eficacia en la construcción o armado político y social.

“Paciencia e ironía”
El señalamiento sobre posibles errores o debilidades del FPV anteriores a la derrota electoral del 22 de noviembre no debe tomarse como un pase de factura o una búsqueda de culpables sino como parte de una tarea colectiva de reflexión para tratar de entender qué es lo que pasó. No se trata de cuestiones del pasado que hay que dejar atrás, definitivamente, para enfrentar la nueva situación que nos impone el presente. Si bien el escenario que tenemos por delante es totalmente diferente al que acabamos de dejar atrás la reflexión sobre lo que pasó es importante porque involucra cuestiones estratégicas que vamos a volver a encontrarlas a la vuelta de la esquina. La más elemental lógica de supervivencia indica que tras una derrota, a la par de la reflexión, lo fundamental es reagrupar fuerzas, no anteponer las diferencias y unirse ante el adversario común.

No obstante la adversidad actual, hay algo muy importante a favor del FPV que se señaló al comienzo de este artículo. La derrota del movimiento nacional y popular no llegó en un momento de retroceso o extrema debilidad de éste. Por el contrario, existe casi un 49% de argentinos y argentinas que convalidaron lo hecho en estos años, a la par de numerosos militantes en todo país dispuestos a librar una firme resistencia a los intentos de restauración neoliberal que inexorablemente se van a poner en marcha. A diferencia del golpe del ‘55 que instaló a los militares en el poder y a Perón en el exilio, hoy estamos en democracia y con Cristina Fernández de Kirchner en el país y en uso pleno de facultades políticas. El hecho no es menor porque tras la muerte de Perón en el ‘74 debieron transcurrir más de 30 años para que apareciese en el peronismo una jefatura con el prestigio suficiente para reagrupar las fuerzas tras su figura. Pero sería engañarse y subestimar a nuestros adversarios creer que sólo se trata de resistir cuatro años y esperar a que Cristina regrese. Ojalá sea así. El golpe ha sido duro, hemos perdido la conducción de Estado nacional, instrumento imprescindible para llevar la transformación realizada en estos años. La ironía de la historia reside en que los cómplices de los que atentaron contra la democracia hoy llegaron al poder través de ella. Lo más difícil es aceptar que esta situación no puede ser revertida de un día para otro por un mero acto de voluntad. Se va a necesitar tiempo y paciencia. Al respecto, el escritor Jorge Semprún escribía, también en la adversidad, que “la paciencia y la ironía son las principales virtudes de un revolucionario”. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿Todo sigue igual después del 8N?





Un escenario distinto con actores conocidos
En el 8N, tan anunciado, una multitud ganó las calles del país. En su mayoría eran hombres y mujeres de clase media y media alta. No es la primera vez que estos sectores se hacen presentes en la escena pública del país. Se trata del mismo bloque de fuerzas sociales, económicas y políticas que confrontó con el gobierno hace cuatro años durante el conflicto con el campo. Es verdad que el escenario político y social no es igual al de entonces, pero lo actores del drama sí. ¿Quiénes son ellos? Los sectores vinculados a la actividad agroexportadora, los grandes grupos económicos que manejan, entre otras cosas, los medios de comunicación, y los sectores de clase media, liberales y antiperonistas (sea en su variante de derecha o de izquierda) que ponen su cuerpo en la calle y dan una base de masas a la protesta. El 8N juntó un amplio arco político que va desde grupos de derecha defensores de los genocidas a militantes de una izquierda que se autoproclama revolucionaria, pasando por las huestes de Mauricio Macri, los radicales de todo pelaje, los socialistas de Hermes Binner; y, por supuesto, los innumerables independientes presentes. Sus reclamos fueron también de los más variados: en contra de la inflación, la inseguridad, la corrupción, la reforma de la Constitución, la falta de libertades, el cepo al dólar, etcétera, etcétera. Esta diversidad de actores y consignas estaba unida por su rechazo al gobierno y a la figura de la presidenta. La del 8N no fue una confluencia circunstancial de sectores políticamente heterogéneos. De ningún modo. Se trata de una formación política y social recurrente en nuestra historia.
La pregunta que se impone es la siguiente, ¿cómo es posible que al año de haber sufrido estos sectores una aplastante derrota electoral a manos de Cristina Kirchner, quien sacó casi el 55% de los votos, hayan podido articularse de nuevo en una protesta masiva contra el gobierno?
 
El hecho en el que se engarzan todos los demás
Para intentar una respuesta hay que remitirse a una serie de acontecimientos que tuvieron lugar desde principio de año a la fecha. El más destacable, y en el cual se engarzan todos los demás, es, sin duda, la desaceleración de la economía. Si bien ésta no adquirió ribetes dramáticos hace sentir sus efectos y afecta a distintos sectores. El año comenzó también con las denuncias de corrupción contra el vicepresidente Amado Boudou, que los medios dominantes mantuvieron en tapa durante semanas y meses. A esto hay que sumar el accidente de Once ocurrido el 22 de febrero pasado cuyas consecuencias fatales pusieron al gobierno a la defensiva ante las acusaciones de responsabilidad política en la tragedia. A pesar de estos hechos adversos, el gobierno se sobrepuso y retomó la iniciativa con tres medidas de gran trascendencia: la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central, la reestatización de YPF, y el mega plan de viviendas.
Sin embargo, al mismo tiempo que el gobierno decidía profundizar su programa de recuperación nacional y social se registraban turbulencias y conflictos al interior del conjunto de las fuerzas políticas y sociales que apoyan al gobierno. Las bases de sustentación del kirchnerismo están conformadas, fundamentalmente,  por el movimiento obrero organizado, distintas organizaciones populares y los sectores medios que se inscriben en una tradición nacional-democrática y que actúan tanto por dentro como por fuera del peronismo, y, por supuesto, el Partido Justicialista, que en los hechos funciona bajo la jefatura de los respectivos gobernadores oficialista en cada provincia. El primer problema en las fuerzas oficialistas se registró cuando las tensiones entre Hugo Moyano y el gobierno derivaron en el alejamiento de éste y su posterior posicionamiento en el campo de la oposición. El segundo foco de tensión surgió cuando el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, pidió ayuda para pagar en tiempo y forma el aguinaldo en su provincia y el Ejecutivo nacional se la retaceó. A nadie se le escapa que es imposible separar este conflicto de la lucha por la sucesión en caso de que Cristina Kirchner no pueda o no quiera ser candidata en el 2015.
Todo esto adquiere importancia a la luz de la manifestación del 8N, ya que nos permite percibir un bloque opositor que se reconstituye y ocupa la calle (sin que esto tenga, necesariamente, su correlato en el plano político organizativo y programático) ante un gobierno que acierta en grandes decisiones estratégicas (YPF, Banco Central, plan de viviendas), pero cuya base de sustentación política y social experimenta tensiones y desgarramientos. Es obvio que este cuadro de situación alienta a los adversarios y puede llegar a agravarse si se llegase a desatar la lucha por la sucesión.

La guerra con armas simétricas
Por el lado del bloque de las fuerzas opositoras, que no hay que reducir a sus expresiones políticas partidarias, es evidente que algo aprendió luego de las sucesivas derrotas sufridas. Dentro del sector del capital concentrado el más urgido en aguzar su ingenio y creatividad para tratar de desgastar al gobierno es sin duda el grupo Clarín que se niega a iniciar el proceso de desinversión al cual está obligado por la cláusula antimonopólica de la Ley de Medios. El Monopolio, a la par de sus desenfrenados ataques al gobierno, a través de todos sus medios, incursionó en terrenos donde no lo había hecho antes aprendiendo, incluso, de sus adversarios. Por ejemplo, el espacio de las redes sociales y de los blogs, que cumplió un papel importante en la convocatoria del 8N, pero no exclusivo como pretenden hacer creer, hasta no hace mucho era dominio de simpatizantes del kirchnerismo. De pronto empezó a poblarse de voces opositoras en muchas de la cuales es fácil advertir que el Monopolio habla a través de ellas, ya sea en forma voluntaria o rentada. Pero donde esta “guerra con armas simétricas” alcanzó su mayor grado de eficacia fue sin duda a través del programa Periodismo para Todos conducido por Jorge Lanata. Como se sabe no hay nada más peligroso que un renegado o un pecador arrepentido. El programa de Lanata, al igual que 6, 7 y 8 de Canal 7 con los simpatizantes del gobierno tras la derrota ante el campo, cumplió el rol de organizador colectivo del mundo opositor. A través de sus denuncias de corrupción, sus ataques a figuras del oficialismo y su teatral fuck you fue sembrando la semilla de la bronca en unos y haciéndola crecer en otros. ¿Por qué pudo hacerlo Lanata y no algún partido o dirigente de la oposición? Muy simple. Lanata no realiza ninguna propuesta ni centra su discurso en la solidez argumentativa como todo político por más limitado que sea está obligado a hacerlo. Sus denuncias, la mayoría de la cuales carecen de rigor periodístico, lo que buscan es una respuesta fundamentalmente emocional del espectador: bronca, indignación, ante “tanta corrupción”, “tanto autoritarismo”, tanto abuso de poder”, etcétera. En este aspecto hay una diferencia sustancial con 6,7 y 8 donde a la par de los archivos y la edición de imágenes tiene un rol central el análisis político. En definitiva, el Monopolio, a través de las redes sociales y de sus medios gráficos, radiales y televisivos, logró montar con gran eficacia, al decir de la presidenta, “una verdadera cadena del odio y del desánimo”.
El gobierno, por su parte, viene cometiendo -sin dejar de tener en cuenta sus limitaciones, ya que se enfrenta a un monopolio informativo- varios errores en el plano comunicacional. Existe una innecesaria y excesiva exposición mediática de la presidenta. No siempre, desde un punto de vista comunicacional, que siempre hable Cristina es lo más acertado si se quiere trasmitir un concepto o una idea, más allá de las condiciones intelectuales y la capacidad expositiva que se le reconoce. El uso reiterativo de la cadena nacional, independientemente del derecho que la asiste, termina por producir un efecto contraproducente de saturación. A los mejor sobre ciertos temas es más efectivo un aviso institucional como el que este momento despliega el AFCA sobre el 7D, ya que puede apelar a elementos gráficos y audiovisuales, sólo para citar un ejemplo. Por otra parte, para no centrar todo en la presidenta, y esto entraña una decisión política, sería importante multiplicar las voces autorizadas del gobierno, al estilo de las dos espadas que fueron en su momento los Fernández, Aníbal y Alberto. Obviamente, la política no se reduce al plano de la comunicación, pero en determinadas circunstancias juega un papel, como mínimo, importante.

¿Qué pasó el 8N?
Ahora bien, ¿En el 8N no pasó nada y todo sigue igual porque la multitud que ganó la calle no tiene una dirección u organización política que canalice sus demandas como opinan muchos? O, por el contrario, las fuerzas de la oposición han obtenido un logro, ya que en menos de un año, luego de sufrir una aplastante derrota, como recordábamos al comienzo de este artículo, consiguieron movilizarse y protagonizar un hecho político de impacto.
Negar el logro obtenido por la oposición es un error de la misma gravedad que sobreestimarlo. Que el conjunto de las fuerzas opositoras hayan ganado, por un momento, el centro del ring no supone de ningún modo que el gobierno haya quedado entre las cuerdas ni mucho menos, pero la movilización ha planteado un cuestionamiento y un desafío que tiene necesariamente sus efectos políticos. Tomemos un solo ejemplo. Es indudable que después del 8N las chances de reformar la Constitución y habilitar la posibilidad que Cristina Kirchner sea reelegida por tercera vez, en caso que ella aparezca como la única garantía de darle continuidad al proceso de transformación en marcha, han quedado, si no clausuradas, por lo menos notablemente reducidas.

La lección del 2008
Con respecto al impacto de la movilización de los sectores medios y altos sobre el conjunto de la sociedad es sin duda de gran utilidad las enseñanzas que nos deja el conflicto de 2008 entre el gobierno y el campo. Si bien es cierto que era otro en ese momento el escenario económico y social también lo es que la composición social y política de la primera concentración multitudinaria que lograron los simpatizantes del campo en Rosario (se hablaba de 300 mil personas) fue semejante a la del 8N. El hecho constituyó una sorpresa para todos, incluso para sus protagonistas, y colocó al gobierno a la defensiva. El campo constituyó en ese momento un símbolo vacío que distintos sectores medios, e incluso más bajos, llenaron con su propia insatisfacción. La diferencia sustancial con el tipo de manifestación del 8N está en que en el 2008 el gobierno enfrentó un lock-out patronal salvaje, que al bloquear las rutas y desabastecer a la población, colocó al gobierno y a la sociedad en una situación límite. Por otra parte, el bloque opositor con la conducción de la Mesa de Enlace y la subordinación de los partidos afines a ella, logró capitalizar políticamente su acción y le infligió una dura derrota al gobierno en el Senado. ¿Cómo lo logró? No sólo por la traición de Cobos sino también porque consiguió sumar a varios integrantes de los bloques del Frente para la Victoria, es decir, logró meter una cuña dentro de las fuerzas oficialistas. No necesitó para ello ganar ninguna elección. A través de la acción directa y de la movilización de una parte de la población se constituyó como polo de poder y colocó al gobierno al borde del colapso.

Los desafíos del gobierno
La situación actual es diferente ya que no aparece, como en el conflicto con el campo, dentro del bloque opositor del 8N una reivindicación concreta a la cuál esté asociado un sector económico y social, que a la vez ejerza de conducción, como el que representaba entonces la Mesa de Enlace. Pero que no aparezca un liderazgo político o sectorial no quiere decir que no haya dentro del bloque un sector que viene en los hechos jugando un papel protagónico, oficiando a través de sus medios de organizador colectivo del descontento, y su vez, subordinando con su poder a parte de la Justicia y a la mayoría de la dirigencia política que adhirió al 8N. La dificultad del Monopolio consiste en que es más fácil que haya gente que se solidarice “con el agricultor, laborioso y madrugador, al cual el Estado le quiere meter la mano en el bolsillo” (retenciones) que con los intereses de un grupo concentrado aunque estos sean presentados como el último bastión de la libertad de expresión. Es mucho más difícil no imposible. Por eso el Monopolio, montado en el 8N va intentar alguna jugada de cara al 7D que le pone fecha de vencimiento a la concentración.
El gobierno enfrenta el desafío de buscar los medios para desmovilizar y desarticular el bloque que se ha reactivado en su contra y al mismo tiempo fortalecer y consolidar su propio frente. Con respecto a lo primero, el componente emocional que moviliza a los manifestantes no es un hecho menor y habría que tenerlo muy en cuenta a la hora de comunicar. Pero sin duda, lo esencial, sigue siendo las políticas que el gobierno pueda implementar para crear un nuevo eje de discusión y al mismo tiempo generar fisuras en los opositores. El conflicto con el campo sigue siendo en ese sentido una gran fuente de enseñanzas. Lo que le permitió al gobierno salir de la situación casi terminal en que lo dejó la derrota en el Senado en julio de 2008, y el posterior revés electoral de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires en junio de 2009, es haber avanzado en la aplicación de medidas que le permitieron recuperar el favor de las grandes mayorías (Ley de Medios, estatización de los fondos de pensiones, Asignación Universal, etcétera) y, al mismo tiempo, desarticularon el bloque que habían logrado constituir sus adversarios. Al mismo tiempo, el kircherismo en ese proceso recuperó y ganó para sus filas importantes sectores de la clase media, muchos de perfil progresista, que se habían ido alejando entre el 2003-2008 a medida que el gobierno iba perdiendo el impulso transformador con que se había iniciado.
En el plano de fortalecer y consolidar su propio frente todas las propuestas que tienden a articular los apoyos al gobierno, por dentro y fuera del peronismo, sólo pueden ser vistas como acertadas y necesarias. Pero, al mismo tiempo, es fundamental debatir en el conjunto de estas fuerzas políticas un programa mínimo de medidas para profundizar el actual proceso, que sea capaz, a su vez, de movilizar a vastos sectores de la población, trabajadores, empleados, profesionales, pequeños y medianos empresarios, etcétera. La elaboración de ese programa no es algo que deba ser dejado a la decisión sólo del gobierno sino que debe ser producto de una elaboración colectiva. Para dar un ejemplo. La Ley de Medios, presentada por los medios como la “Ley K”, es, según las propias palabras de la presidenta, “la menos kirchneristas en cuanto a sus orígenes”, reconociendo así, todo lo que su concreción le debe al esfuerzo y tenacidad de distintas organizaciones sociales y políticas. Lo mismo se puede decir de la Asignación Universal, que incluso, como todos sabemos, fue bandera de sectores de la oposición. Ahora bien, el gobierno tuvo la lucidez y el coraje político para convertirlas en una realidad y empalmar así con lo que ya miles y miles venían planteando y millones necesitaban.
El gobierno conserva toda su fortaleza, pero no debe dormirse en los laureles. La mejor manera de defender y consolidar el terreno ganado es seguir avanzando en la transformación del país.

martes, 20 de diciembre de 2011

Crónica de un estallido varios años anunciado


Este artículo lo escribí a los pocos días del estallido de diciembre de 2001, no existían entonces ni blogs ni redes sociales, lo comparto de nuevo porque creo que conserva actualidad.



“Yo anuncio un largo día de cólera
en la ciudad junto al río de mi Patria”
Leopoldo Marechal


Las jornadas del 19 y 20 de diciembre pasado tumbaron al gobierno de Fernando la Rúa e introdujeron al país en una crisis política sin precedentes. En un vértigo desconocido vimos a una serie de hombres sucederse en la presidencia: Ramón Puertas, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Camaño, y -¿finalmente?- Eduardo Duhalde. Por primera vez en la historia argentina un presidente elegido por el voto fue derrocado por un levantamiento popular. ¿Qué había sucedido? El discurso pronunciado la noche del miércoles 19 por De la Rúa no dejó dudas de que éste se había convertido en el garante del modelo instaurado por Menem a principios de los 90. Ahí estaba la declaración del estado de sitio para confirmarlo. La gota rebalsó el vaso. De nada sirvieron los intentos del establishment por sacralizar la institución presidencial. Hasta el día antes a través de algunos medios se acusaba de golpista al que se atrevía a plantear que el presidente debía irse si no cambiaba de rumbo. “De la Rúa debe cumplir su mandato”, afirmaban algunos con tono solemne. Ahora bien, ¿cuál era el mandato emanado de las elecciones de 1999?, que alguien llevara el bastón y la banda presidencial por cuatro años independientemente de lo que hiciese o el cumplimiento del programa prometido. Escudado en su envestidura el presidente pensaba gobernar dos años más a contrapelo de la voluntad popular. Pero el estallido social desnudó, dramáticamente, la verdad: De la Rúa se había vaciado de toda legitimidad al enfrentarse sistemáticamente a todos los sectores populares, incluidas las clases medias porteñas que habían cimentado históricamente su ascenso político.
La explosión de ira popular no llegó como un rayo en un cielo sereno. Algo se sentía al respirar en los días anteriores. Pero nadie previó que la protesta alcanzaría la dimensión de estallido social y menos aún que en el lapso de 24 horas rodarían, sucesivamente, las cabezas de Caballo y la del propio presidente. Un acontecimiento de esta naturaleza puede intuirse, pero nadie puede anticipar ni la fecha ni la hora. “El estallido social está cerca”, “el pueblo va a hacer tronar el escarmiento” fueron frases que se repitieron a lo largo de las últimas décadas en el país. Condiciones para que un hecho así se produjera no faltaban. Sin embargo los años pasaban y el anunciado estallido no se materializaba. Aquí y allá se sucedieron a lo largo del país distintos tipos de protestas (El Santiagueñazo, por ejemplo), pero ninguna logró elevarse a la categoría de “estallido social”. Las advertencias sobre la inminencia de una rebelión popular terminó por no preocupar a los gobiernos que aplicaban políticas que arrojan a millones a la pobreza. En los propios sectores populares más de una vez cundió el desaliento: ¿tendrían razón aquellos que pregonaban que ahora la historia y la política se movían por carriles distintos y que las menciones a posibles rebeliones populares formaban parte de una épica definitivamente sumergida en el pasado?
Había un hecho cierto. La última gran rebelión popular había sido El Córdobazo de 1969 y la serie de puebladas que lo sucedieron al poco tiempo en distintas provincias (por ejemplo, El Tucumanazo y El Mendozazo). Los que eran jóvenes durante El Cordobazo y El Tucumanazo envejecieron esperando que llegase El Porteñazo que a muchos de ellos les parecía inminente. Finalmente llegó, muchos años después de lo esperado y en un país muy distinto al de los años 60 y 70. No había ya en el poder dictaduras militares sino gobiernos elegidos democráticamente dedicados a defraudar la voluntad popular que los había encumbrado.
El 19 de diciembre en el gobierno había la convicción de que si algo se producía podía ser controlado e incluso utilizarse a favor de sus planes: por ejemplo perpetuarse en el poder a través del estado de sitio. Esa mañana ante las preguntas de los periodistas sobre los crecientes saqueos el presidente se mostró confiado e hizo mención a los sucesos de General Mosconi para demostrar que podía dominar cualquier situación. El año se terminaba: unos días más y zafaban, por los menos hasta marzo. De la Rúa no pensó nunca que en las próximas horas los saqueos en el país alcanzarían el mismo número que en los dos últimos meses de Alfonsín; que a la noche las clases medias porteñas harían sonar sus cacerolas y ganarían las calles pacíficamente; y que el jueves los manifestantes que se reunieron en Plaza de Mayo a pesar de la feroz represión no se dispersarían y que volverían una y otra vez hasta obtener su renuncia.
Tras las jornadas de diciembre la relación de fuerzas, al menos por el momento, ha cambiado a favor de los sectores populares. Los programas esbozados por Rodríguez Saá y el propio Duhalde -con sus vacilaciones e independientemente del oportunismo o convicción de quienes lo formulan- expresan esa nueva situación. Se avecina una dura lucha contra el bloque de poder (bancos, privatizadas, etc) que no está dispuesto a resignar el más mínimo privilegio. La gente se mantiene alerta. Los cacerolazos no cesan y obligan a ser muy cuidadosos a los gobernantes. La irrupción de esta forma de protesta por parte de las clases medias porteñas ha sido sin duda un hecho singular y decisivo. Sin embargo ha comenzado a circular a través de los medios un “relato mítico” de lo sucedido. Según esta versión, que repiten algunos periodistas y politicólogos, el gobierno de De la Rúa habría sido derrocado fundamentalmente por la pacífica manifestación de las clases medias que marcharon el miércoles por la noche hacia Plaza de Mayo. Se aísla así la espontánea y sorpresiva irrupción en escena de un sector social para convertirlo en el protagonista único. No sólo eso: se contrapone este tipo de protesta a las del movimiento obrero y otras organizaciones populares. “Dónde estaban los sindicatos”, se pregunta con insidia. Se oculta deliberadamente que la caída del gobierno es la consecuencia de un proceso de lucha que tuvo su resolución final y dramática los días 19 y 20 de diciembre. Se olvida también que el punto de arranque más inmediato del proceso de movilización que acabó con el gobierno fue el paro nacional del día 14 de diciembre convocado por la CTA y la CGT rebelde. La huelga de ese día mostró algunas particularidades que preanunciaban lo que vendría después: por primera vez algunos comerciantes se plegaron a la protesta y salieron a las calles. Además entre el paro y el estallido siguiente tuvo lugar el plebiscito convocado por el Frente Nacional contra la Pobreza donde más de 3 millones de argentinos se pronunciaron a favor de un salario digno para los jefes de familia desempleados. En realidad, el estallido social tuvo lugar sobre un escenario que fue ocupado, sucesivamente, en el lapso de una semana por distintos actores: el movimiento obrero, los desocupados y otros excluidos sociales, y las clases medias.
El relato que exalta el poder de las cacerolas y lo contrapone a otras formas de lucha, las huelgas por ejemplo, además de deformar la realidad de los hechos crea una falsa conciencia en sus protagonistas. En principio tiende a alimentar la ilusión en las clases medias de que pueden enfrentar solas y con éxito al bloque de poder. Un proyecto de este tipo está condenado al fracaso; las experiencias del alfonsinismo en los 80 y la de la Alianza en estos años lo demuestran. Ambos movimientos empezaron con un discurso “progre” y terminaron presos de los banqueros. También ambos tomaron distancia del movimiento obrero y terminaron enfrentándolo. La Alianza incluso contó en sus inicios con las simpatías de la CTA y del entonces MTA de Moyano y Palacios, pero hombres como Chacho Alvarez decidieron que no se someterían a la presión de los sindicatos. Ya sabemos cómo terminó la historia.
La movilización popular de diciembre ha abierto una brecha. Fuerzas poderosas se aprestan a cerrarla. Para defender y profundizar el terreno ganado las clases medias y el movimiento obrero deben empujar del mismo lado. No hay destino para ninguno de los dos por separado.