domingo, 20 de mayo de 2007

Marat y Guevara: la imagen cristológica de dos implacables revolucionarios












por Horacio Elsinger


"Un genial engaño"

Hace poco vi por la televisión un programa de Film and Arts donde el presentador hacía un análisis de la célebre obra del pintor francés Jacques-Louis David: La muerte de Marat. El comentarista señalaba, como ya lo hicieron otros, las semejanzas entre esta pintura y La sepultura de Cristo de Caravaggio y la intención de David de convertir a Marat no sólo en mártir de la revolución sino también en arquetipo ennoblecedor de todos los que mueren por sus ideales. Es decir, el pintor parisino, comprometido políticamente con los jacobinos, pensaba en un público popular para su obra y quería convertirla en una suerte de Piedad secularizada.

Pero el presentador no se quedaba ahí con sus comentarios. Acto seguido advertía que la pintura de David constituía un genial engaño, el gesto de un ilusionista. Desde la perspectiva de nuestro comentarista, que tomaba ya un claro sesgo político e ideológico, lo que hace David es presentarnos como la imagen de la virtud a alguien que en realidad era "un apólogo del terror, un paranoico que se dedicaba a perseguir y dar muerte no sólo a los contrarrevolucionarios sino a todo aquel que tuviese una posición más moderada que la de él".

El costado implacable de Marat, para decirlo de algún modo, fue algo que siempre me resultó inquietante cuando hace muchos años leí sobre él y que no me era fácil de congeniar con la imagen que tanto admiraba del "amigo del pueblo, aquel que al no poder corromper asesinaron". Pero, al fin y al cabo, se trataba de un personaje de la Francia del Siglo XVIII histórica y emocionalmente distante.

Ahora, al escuchar al comentarista de Film and Arts y ver La muerte de Marat en la pantalla de televisión no pude evitar que viniese a mi mente la imagen del Che muerto en Bolivia. Las semejanzas cristológicas son evidentes. Ambos asesinados exhiben en su cuerpo las heridas que le fueron inflingidas y en sus rostros reina la serenidad de aquel que se encuentra con su destino. La muerte ha llegado a ellos y los ha convertido en mártires de la humanidad que intentan redimir.

La diferencia entre la foto del Che y la pintura de Marat reside en que la connotación cristológica de la primera no parece que pueda ser atribuida a la intencionalidad del fotógrafo sino, como otras veces en la historia del Che, a una serie de circunstancias algunas de ellas azarosas. La foto no refleja el estado real en que quedó su cuerpo tras recibir los balazos que le quitaron la vida. Sus captores peinaron sus cabellos y limpiaron su rostro. Estaban obligados a tratar de probar que el muerto era el legendario guerrillero y no otro. Sin proponérselo contribuyeron a alimentar la dimensión mítica de Guevara.

Un costado inquietante

Al mismo tiempo, debía admitirlo, en ambos casos las imágenes que habían cristalizado el pasaje a la eternidad de aquellos dos grandes hombres dejaban de lado un costado oscuro e inquietante de éstos que estaba lejos de la conducta pacífica de un santo o de un Cristo.

Acababa de leer Muertos de amor, la novela de Jorge Lanatta que trata sobre la fugaz y trágica experiencia en 1964 del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) liderado por el periodista Jorge Ricardo Massetti, amigo del Che. A la novela de Lanatta había llegado después de pasar, un poco antes, por La guerrilla del Che y Masetti en Salta, 1964, de Daniel Avalos. Lo que más me impresionó de la historia del grupo de hombres, que siguiendo las enseñanzas y las directivas del Che, trataron de crear un foco guerrillero en la selva de Orán fue que en ningún momento lograron realizar una operación militar, pero sin embargo terminaron ejecutando a dos de sus integrantes. Se trataba de dos jóvenes que producto del aislamiento en que se encontraban y de deambular sin un rumbo claro por la selva terminaron quebrándose física y emocionalmente. Los jefes del grupo, que estaba integrado por argentinos y cubanos, en defensa de una supuesta disciplina revolucionaria e inspirados en la experiencia de Sierra Maestra no tuvieron clemencia con ellos y los fusilaron. La revolución aquí terminó devorando a sus propios hijos.

En Sierra Maestra el Che comenzó a mostrar su costado implacable ejecutando por mano propia a varios guerrilleros y campesinos tras juzgar que sus conductas ponían en riesgo la revolución. Después de la toma del poder vinieron los fusilamientos a militares del dictador Batista y miembros de las fuerzas de seguridad, la mayoría feroces represores, en la fortaleza militar de La Cabaña, en La Habana. Al respecto, su biógrafo Jon Lee Anderson dice en Che Guevara: una vida revolucionaria: "fiscal supremo, realizaba la tarea con singular dedicación; todas la noches resonaban las descargas de los pelotones de fusilamiento entre los antiguos muros de la fortaleza" . Ya en Bolivia, en su periplo final, mientras deambulaba entre montes y quebradas vuelve a apelar a la ejecución de algunos integrantes de su columna para mantener la moral de la tropa.

La derecha ha hecho hincapié en este aspecto violento de Guevara para tratar de reducir su figura a la de un simple asesino, al estilo de la valoración que hace de Marat el citado comentarista de Film and Arts. Pero tanto Marat como el Che son parte indisociable de los procesos revolucionarios de los cuales fueron en mayor o menor medida protagonistas. Es decir, su personalidad y el papel que jugaron no se limita al de haber sido dirigentes con predisposición al uso de una violencia que ellos juzgaban revolucionaria. Por ejemplo, Marat no solo es el hombre que ejecutaba implacablemente a sus enemigos sino también aquel que contribuyó a la declaración de los derechos universales del hombre.

La voluntad implacable

Ahora bien, aceptar la complejidad de sus personalidades y de los roles que les tocó cumplir no supone de nigún modo que desaparezcan los interrogantes. Si bien se puede aducir que la lógica de la guerra no es la misma que rige los "tiempos normales" sigue siendo para mí inquietante leer en la biografía de Anderson la fría descripción que hace Guevara de una ejecución: "...Acabé el problema dándole en la sien derecha un tiro de pistola 32, con orificio de salida en el temporal derecho. Boqueó un rato y quedó muerto". Y aún más todavía cuando en una carta que manda a su madre aparece el goce con la violencia: “Querida vieja: Aquí, desde la manigua cubana, vivo y sediento de sangre escribo estas encendidas líneas martianas…”.

Hasta aquí la férrea e implacable voluntad revolucionaria del Che sólo genera dilemas morales. El problema se transforma en político cuando está voluntad implacable, que antepone siempre el sacrificio y la acción, termina convenciéndose de que es el fundamento mismo de la revolución y a través de la teoría del foco deriva hacia el voluntarismo: "Hemos demostrado que un grupo pequeño de hombres decididos, apoyados por el pueblo y sin miedo a morir, puede llegar a imponerse a un ejército regular disciplinado y derrotarlo definitivamente".

Pero en la foto que capta su pasaje a la eternidad, a través de su fe y sacrificio, Guevara lava sus pecados y los de mundo y se convierte sin desearlo en Cristo (“No soy Cristo y filántropo, vieja, soy todo lo contrario de un Cristo… Por las cosas que creo lucho con todas las armas a mi alcance y trato de dejar tendido al otro, en vez de dejarme clavar en una cruz”).
También, al igual que el crucificado, a través de la célebre foto de Korda, un Che eternamente joven y con mirada soñadora resucita de entre los muertos en el Mayo Francés del '68. Desde entonces, a través de esta sobrevida icónica, presidirá manifestaciones en todo el mundo convertido ya en símbolo de la lucha contra la opresión.







lunes, 30 de abril de 2007

Condena a muerte


Por Horacio Elsinger


Víspera de 1 de mayo. Estoy con mi hijo en la puerta de la sala de emergencia del sanatorio Galeno. Llevó ya más de media hora esperando que lo hagan pasar para que le controlen los cinco puntos que le hicieron el día anterior por una herida que se hizo en la mano mientras jugaba. Estamos parados en un amplio pasillo que desemboca en un patio con un frondoso gomero. Hay mucho movimiento en el lugar porque mucha gente se dirige al patio a fumar y porque por ahí se puede acceder también a una salida para vehículos. A mi alredor esperan también una anciana de aspecto frágil que me pregunta qué le pasó al chico, una mamá con un bebé en los brazos y un hombre ya maduro que parece soportar en silencio algún dolor. El próximo según el orden de llegada es mi hijo. Así que espero con él parado junto a la puerta para que no suceda como un rato antes cuando una mujer que recién había llegado se metió con su hija adentro sin importarle nada. Pero ahora estoy junto a la puerta y no voy a dejar que pase de nuevo. De pronto veo que avanza por el pasillo un anciano en una silla de ruedas que impulsa un muchacho. Mi ánimo se viene al piso. Voy a tener que darle el lugar al anciano, aunque no me guste voy a tener que dárselo. No hay modo; son cosas que no pueden dejar de hacerse. El viejo se aproxima con el cuerpo dispuesto en la silla como una bolsa de papas, la mirada vidriosa, las mejillas hundidas en el rostro macilento. Pobre viejo pienso; no le debe quedar mucho tiempo. Ahora está muy cerca mío y lo reconozco.
-Es Bussi-, le comento sorprendido a mi hijo.
El anciano no viene a emergencia. Es Bussi y pasa a mi lado.
-Creía que era más joven-, me dice mi hijo de once años que el único Bussi que conoce por la televisión y los afiches es Ricardo.
-No este es el asesino hijo de puta-, le digo mientras Bussi se aleja en su silla de ruedas.
Nadie parece reparar en él. El que fue una vez hombre fuerte, tirano sangriento, avanza entre la gente sin ser reconocido. La impiadosa tarea de los años y la enfermedad lo han convertido en una piltrafa. Ahora es sólo un anciano que marcha en silla de ruedas a cumplir su inexorable condena a muerte.

viernes, 27 de abril de 2007

¿Gobiernan hoy los montoneros?


Por Horacio Elsinger

En un artículo aparecido en el número de abril de la publicación Punto de Vista la ensayista Beatriz Sarlo hace suya una afirmación que atribuye al sociólogo Carlos Altamirano: “Hoy gobiernan los montoneros”. Para Sarlo este hecho permite entender al actual gobierno, ya que, “como a la juventud peronista radicalizada, al kirchnerismo no le importan las formas “burguesas” institucionales de la política”.
La escritora se lamenta: “Con el ethos de los setenta, regresa la antipatía histórica del peronismo por las instituciones deliberativas donde hay que escuchar voces opositoras”.
Ahora bien, ¿gobiernan los montoneros actualmente en la argentina y la supuesta antipatía del gobierno por las instituciones deliberativas puede explicarse por este hecho?
Antes que nada vale una aclaración que puede ayudar a responder estos interrogantes. En realidad Carlos Altamirano en la entrevista al diario Perfil, a la cual hace alusión Sarlo, no afirma que “hoy gobiernan los montoneros”. Altamirano se pregunta: “¿quiénes están en el Gobierno?”. Y acto seguido responde: “Bueno, están en el Gobierno los que se fueron de la Plaza el 1º de mayo de 1974”.
La afirmación es excesiva, ya que resulta difícil imaginar a Daniel Scioli o a Aníbal Fernández, para citar sólo a dos hombres del gobierno, entre los “imberbes” contrariados con el General. No obstante, es verdad que Néstor Kirchner y Cristina Fernández, como ellos mismos lo recordaron en varias oportunidades, formaron parte de las huestes de la JP revolucionaria. Pero lo que importa aquí es que Altamirano no identifica a todos los jóvenes que abandonaron la plaza con Montoneros.
¿Se trata de una sutileza, ya que es obvio que eran éstos quienes tenían la conducción de ese movimiento?
Creo que no. El enfrentamiento con Perón el 1 de mayo de 1974 marca no sólo la ruptura de vastos sectores de la juventud con el anciano líder sino también el inició del distanciamiento de éstos con la conducción armada. Esto se hará más evidente aún con el posterior paso a la clandestinidad de Montoneros.
Que se sepa Kirchner, como muchos otros jóvenes, no acompañó a Montoneros en su aventura y terminó durante la dictadura dedicándose, junto a su esposa, a su profesión de abogado en Santa Cruz.
¿Cómo se explica entonces la tardía reivindicación que el presidente hace de los años ’70?
Para poder responder primero hay que entender que Montoneros fue la organización política que terminó hegemonizando el proceso de nacionalización que experimentaron vastos sectores de la clase media en la lucha contra la dictadura militar tras el golpe de Estado del 1966. En Montoneros, y en su expresión de masas la JP revolucionaria -como señala Pilar Calveiro en su libro Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70- siempre convivieron dos tendencias: el nacionalismo popular, que abrevaba en la lectura de José María Rosa, Scalabrini Ortiz, Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, Hernández Arregui, Arturo Jauretche, John William Cooke; y el foquismo surgido bajo el influjo de la revolución cubana.
El primero le permitió un anclaje en el movimiento de masas peronista y el último lo llevó a su derrota y destrucción cuando pasó de la resistencia guerrillera contra la dictadura militar a la acción armada bajo el gobierno constitucional y popular de Perón.
Cuando Kirchner reivindica a sus ex compañeros de la juventud lo que reivindica es su nacionalismo popular no su foquismo. No lo hizo en su momento sería absurdo que lo hiciera ahora que la experiencia histórica ha demostrado su fracaso. En todo caso Kirchner forma parte de un sector de la “juventud maravillosa” que quedó contrariado con Perón, entre otras cosas, por no haberse deshecho de hombres como López Rega, pero también profundamente decepcionado con la política liquidacionista de Montoneros. Al mismo tiempo, hombres como el presidente se sienten profundamente conmovidos por el calvario que mucho de su ex compañeros debieron vivir primero por la acción de las Tres A y posteriormente por la dictadura militar de Videla.
Es cierto que la reivindicación política que realiza Kirchner de su ex compañeros en la mayoría de los casos es ambigua o confusa, ya que evita hacer una clara condena de la violencia guerrillera bajo el gobierno constitucional y popular de Perón. Por ahí, muy de vez en cuando, se puede encontrar, como en un reportaje concedido ya hace tiempo a Clarín, una condena al asesinato de Rucci. A ello se pueden sumar las declaraciones hechas por hombres tan próximos al presidente que se pueden considerar casi como suyas.
Es el caso de los conceptos vertidos por Carlos Kunkel, subsecretario de la Presidencia, un hombre que fue diputado nacional por la Tendencia Revolucionaria en 1973 y que, según dicen, fue el responsable político del presidente cuando ambos cursaban derecho en La Plata. En un entrevista con motivo de la actualización de la causa que vincula a Isabel Perón con las Tres A, Kunkel rechaza de plano que Perón haya sido quien estaba detrás de la siniestra organización y no es para nada indulgente con él y con su ex compañeros al referirse al papel de Montoneros.“Nosotros éramos unos loquitos”, dice. Kunkel afirma, además, en el mismo reportaje que el presidente no debe pensar algo muy distinto ya que muchas veces han conversado sobre el tema.
¿A qué se debe su reticencia entonces?
La principal razón parece residir en que el presidente comparte la idea dominante en los organizaciones de derechos humanos de que cualquier condena a la violencia guerrillera bajo el gobierno peronista (73-76) lleva agua a la “teoría de los dos demonios”, y por lo tanto le hace el juego a la reacción. Se trata de una idea equivocada, ya que si bien no se puede equiparar desde el punto de vista jurídico la violencia protagonizada por las organizaciones armadas de izquierda con la represión desatada por el Estado, es decir, el terrorismo de Estado con la violencia de particulares, tampoco nada nos exime de realizar una valoración política y moral del papel cumplido por la guerrilla en el período mencionado. El presidente fortalecería mucho más su posición sobre el tema ante la mayoría de los argentinos si a la par que impulsa el juicio y castigo a los responsables del genocidio realizara una clara condena política de los crímenes cometidos por la guerrilla en democracia. No lo ha hecho hasta el momento.
Es verdad, como dice Sarlo, que a partir de su pasado como gobernador de Santa Cruz nada anunciaba en el actual presidente su reivindicación de los años 70. Kirchner, como la mayoría de la dirigencia peronista fue arrastrado por un proceso de degradación y olvido de las banderas del nacionalismo popular que tuvo su punto culminante cuando a través de Menem el Partido Justicialista hizo suyo el programa de Alvaro Alsogaray.
Ahora bien, que el presidente haya recuperado la memoria histórica al llegar a La Rosada prueba una vez más que la política ofrece cada tanto acontecimientos y giros inesperados, incluso para sus propios protagonistas. Seguramente Kirchner nunca previó, como la mayoría de la clase política argentina que iba a tener lugar un 19 y 20 de diciembre y mucho menos que esa rebelión popular le permitiría llegar a la presidencia. Una vez situado en un nuevo escenario, tras el quiebre de la hegemonía ideológica del neoliberalismo, el santacruceño buscó dentro de sí los recursos y tradiciones que le permitieran llevar adelante las políticas que exigía el momento.
En realidad lo que obró como un electroshock sobre un peronismo agonizante fue el estallido de diciembre de 2001. Si recordamos bien, quien primero recobró algunos reflejos nacionales, obviamente, como correspondía a su tradición desde una versión más ortodoxa del peronismo, fue Duhalde con retenciones a la exportaciones petroleras, planes de ayuda a los desocupados y política exterior orientada hacia el Mercosur, para citar algunos ejemplos. Después Kirchner profundizó ese programa nacional y le sumó, desde una perspectiva más democrática, las banderas del juicio y castigo a los represores de la dictadura con algunas incrustaciones setentistas en su discurso (ninguna generación se niega totalmente a sí misma).
No hay hoy un gobierno de los montoneros, como dice Sarlo, al que no le importan “las formas ‘burguesas’ institucionales de la política”. La existencia de “un ejecutivo poderoso concentrado en la figura presidencial”, con el cual según la escritora, “se reemplaza a la república institucional” no se explica por el ethos montoneros de los 70 sino por la profunda crisis de representación e identidad que atraviesa a los partidos políticos y otras organizaciones del mundo civil.
Sarlo no debería olvidar que no fue Kirchner quien desprestigió a los partidos políticos ni acuñó la consigna “Que se vayan todos”. Al contrario fue ese desprestigio el que le permitió llegar al poder.

lunes, 16 de abril de 2007

América Latina: del foquismo a la Asamblea Constituyente


Por Horacio Elsinger

No hace mucho un columnista de derecha planteó que a diferencia de Fidel Castro, que en los años 60 y 70 exportaba la revolución a través de la política y la ideología, actualmente el venezolano Hugo Chávez lo hace a través de los "petrodólares".
La afirmación sin duda pretende menoscabar la importancia de la experiencia revolucionaria que viene llevando adelante el pueblo venezolano. Sin embargo, el aplastante triunfo obtenido por el sí este domingo en la consulta popular llevada a cabo en Ecuador para saber si la mayoría de la población está de acuerdo con una reforma constitucional que refunde el país viene a refutar estas apreciaciones.
No es verdad que la capacidad de propagación de la revolución bolivariana esté ligada solamente a que Chávez utilice los excedentes de la renta petrolera para asistir a los sectores más desamparados de su país y para propiciar acuerdos energéticos y económicos que faciliten la integración regional. La fuerza de la experiencia bolivariana se basa también en que ha mostrado al resto de los latinoamericanos una fórmula para poner en marcha procesos revolucionarios: la Asamblea Constituyente.
Ese es el camino que iniciaron los venezolanos, que siguió después Bolivia y que ahora adopta Ecuador. Si bien se trata de un camino que no puede ser elevado a fórmula universal y ni siquiera a la totalidad de América Latina hasta el momento ha demostrado su aplicabilidad en los tres países citados.
Apenas llegó Chávez al poder a través de elecciones llamó a una Asamblea Constitucional que sentó las bases de la democracia bolivariana. Fue la legalidad nacida de la nueva Constitución y la movilización popular que ella suponía lo que le permitió al venezolano resistir las sucesivas conspiraciones de la reacción de su país.
Por otra parte, el camino de la Asamblea Constituyente adoptado hasta el momento por Venezuela, Bolivia y Ecuador es uno de los rasgos singulares de la nueva situación que vive nuestro continente si se la compara con la agitación revolucionaria generada por la revolución cubana en los 60 y 70.
En aquellos años Cuba producto del aislamiento en que rápidamente la colocó el imperialismo busco hacer pie en "tierra firme" tratando de propagar la llama de la revolución al resto del continente. La fórmula que la revolución cubana "exportó" en ese momento se resume en la "teoría del foco". No es aquí el lugar para ponermos a examinar con detenimiento esa opción revolucionaria, pero sí podemos decir que su idea central es que un grupo de revolucionarios bien preparados y decididos (la vanguardia) puede crear en la población a través de su accionar la condiciones subjetivas para la revolución.
El relato de un reducido grupo de revolucionarios que primero desembarca en las playas de Cuba y tras una serie de peripecias inicia una guerra de guerrillas en la Sierra Maestra que termina con la toma del poder en La Habana encendió la imaginación y llevó a la acción a miles de jóvenes revolucionarios en nuestro continente. La experiencia foquista en nuestro continente fue nefasta y estaba condenada al fracaso desde su inicio por el voluntarismo mesiánico que anidaba en ella.
Si bien todo intento de reproducir acríticamente una experiencia o de encontrar en ella una fórmula universal o continental para la revolución entraña grandes riesgos como la propia experiencia lo índica, la superioridad del relato bolivariano respecto del "foco" consiste en que sitúa como protagonista de la historia no a una vanguardia esclarecida y armada sino a las grandes masas ejerciendo su derecho soberano a través de la Asamblea Constituyente.
Cuarenta años después de que Fidel y sus barbudos entraran en La Habana la revolución ha tocado tierra firme y avanza por el continente no a través de una vanguardia armada sino de millones de hombres y mujeres comunes que quieren ser protagonistas.

viernes, 13 de abril de 2007

¿Quién le dicta el libreto a Bachelet?

por Horacio Elsinger

La presidenta Michelle Bachelet de Chile le pidió "respeto" al comandante Hugo Chávez después de que éste reaccionara indignado con el Senado chileno que aprobó una moción de censura contra la decisión del gobierno venezolano de no renovar la concesión a Radio Caracas Televisión.
La socialista chilena mide con distintas varas las acciones, ya que piensa que Chávez no puede hacer consideraciones sobre el Senado chileno, al cual sin rodeos trató de "facista", en cambio este reducto de la reacción chilena sí puede entrometerse en las decisiones soberanas de otro país latinoamericano.
No está de más aclarar que según las leyes venezolanas el espacio radioeléctrico es propiedad del Estado, y por lo tanto está en su legítimo derecho de renovar o no una concesión, y que la dirección de Radio Televisión Caracas jugó un claro papel golpista durante el intento frustrado de la derecha venezolana en abril del 2002 que quedó documentado en las propias imágenes que difundió el canal.
Una vez más queda de manifiesto la complicidad de los socialistas chilenos con la derecha de su país, la misma que derrocó a Allende ensangrentando el país y que ahora se desgarra las vestiduras "por la libertad de expresión en Venezuela".
Después de todo son los mismos gobernantes socialistas que permitieron que un genocida como Pinochet muriera en la cama y que el ejército le diera una despedida “en calidad de comandante en jefe benemérito”.

lunes, 9 de abril de 2007

Por qué ganó Alperovich la interna del PJ

Por Horacio Elsinger

"Aparato" y "peronismo profundo"
Beatriz de Rojkés le ha ganado a Fernando Juri las internas del PJ en Tucumán por una diferencia de casi 40 mil votos (71.000 a 32.000 según los cómputos finales) ¿Cómo se explica este aplastante triunfo de la esposa del gobernador Alperovich? ¿Hay que buscar la razón de este resultado en el formidable “aparato” puesto en marcha por el gobernador de la provincia como sugiere el jurismo y la prensa opositora ante la incontrastable derrota del hombre elegido para tratar de frenar lo que consideran “el proyecto hegemónico” del gobernador?
Los sectores del justicialismo abroquelados detrás de la figura del presidente de la Legislatura se muestran incapaces de explicar el porqué del ascenso de Alperovich y de su creciente popularidad que le ha permitido ganar la última elección de diputados nacionales (2005) y la de convencionales constituyentes (2006) con cifras históricas y ahora derrotarlos en la pulseada por la conducción del Partido Justicialista, un terreno en que eran considerados imbatibles.
No tener en cuenta el peso del aparato en una elección como la que se libró en el PJ sería desconocer una realidad concreta, sin embargo este factor no alcanza para dar cuenta de lo sucedido el primero de abril en la principal fuerza partidaria de Tucumán.
El problema para el peronismo tradicional y para algunos columnista de la prensa local es que con la “teoría del aparato” contradicen sus análisis previos según los cuales el “peronismo profundo” le daría la espalda a Alperovich. Es obvio que si el jurismo se presentó a dar pelea en la interna del partido es porque creyó que existían condiciones políticas e ideológicas como para obtener un triunfo y que no se reducía todo a una lucha de aparatos. A tal punto es así que la campaña de Juri estuvo centrada en una apelación a los afiliados a defender la identidad justicialista amenazada por el gobernador y sus huestes. El presidente de la Legislatura, Fernando Juri Riera, se definió a sí mismo como “el dirigente natural” del PJ tucumano por ser portador de un ADN peronista que nadie pone en duda.
Una respuesta posible para lo acontecido es la que varios han formulado: en estas internas se contrapuso el tema de la identidad partidaria a la gestión de gobierno y terminó ganando esta última. Esta explicación es básicamente correcta a condición de tener en cuenta que la gestión no fue presentada ni apareció a ojos de los afiliados como algo totalmente separado de la identidad partidaria.
Si bien desde el sector de Juri se apeló constantemente a los símbolos de la identidad partidaria (Marchita, imágenes de Perón y Evita y mención a figuras de la historia del peronismo tucumano), no hay que olvidar que la obra de gobierno reivindicada por el alperovichismo forma parte de políticas sociales caras a la tradición peronista del Estado benefactor (vivienda, escuelas, hospitales, jubilaciones, pensiones, etcétera). Consciente de que no podía competir con Juri en materia de ADN justicialista el alperovichismo se presentó ante los afiliados como un peronismo que se demuestra como tal en hechos y obras. “Peronismo en acción”, “Peronismo es más hospitales”, “Peronismo es más jubilaciones”, fueron, entre otros, sus mensajes. Si a eso se agrega la difusión de imágenes televisivas de un gobernador de estilo campechano, en permanente contacto con los sectores populares, que inaugura escuelas, dispensarios, etcétera, resulta difícil pensar que eso no tenga alguna resonancia en el imaginario peronista.
De modo que la gestión no apareció separada totalmente de la identidad, aunque sí es verdad que la liturgia y la iconografía tradicional quedaron reducidas en la campaña alperovichista a su mínima expresión.

¿Una identidad en tránsito?
Ahora bien, ¿este debilitamiento de los símbolos y rituales tradicionales en la masa de afiliados no es tal vez el síntoma inequívoco de una identidad en crisis o en tránsito hacia otra nueva que todavía no acaba de emerger totalmente?
En realidad, desde una perspectiva histórica, lo sucedido en el PJ de Tucumán es un capítulo más dentro de la crisis de representación e identidad que viven las principales fuerzas partidarias del país y que nadie sabe aún cuál será su desenlace final. Precisamente fue esa misma crisis de representación que aún no ha terminado la que lo catapultó a la gobernación en junio del 2003 a José Alperovich y que antes, en abril del mismo año, le había permitido a Néstor Kirchner llegar a La Rosada. Ninguno de los dos habrían llegado a ser candidatos del Partido Justicialista, uno a la gobernación de Tucumán y el otro presidencia de la Nación, si en el país no hubiese tenido lugar el levantamiento popular del 19 y 20 de diciembre de 2001.
El desprestigio que envolvió entonces a la clase política fue profundo y aún no ha desaparecido. Duhalde se vio obligado en ese momento a apelar a Kirchner, alguien marginal, geográfica y políticamente hablando, en el sistema de poder del PJ, después de tratar de instalar sin suerte a distintos candidatos a la presidencia. Algo parecido sucedió en Tucumán. Miranda y el Partido Justicialista tuvieron que recurrir a su ex ministro de Economía -un hombre de pasado reciente en el radicalismo, que era visto por la población más como empresario que como político- para poder mantener el poder en la provincia.
Es más que probable que sin Alperovich como candidato a gobernador el PJ hubiese perdido las elecciones en junio del 2003. Basta recordar que el PJ con el 42,36 % de los votos le ganó una coalición de fuerzas articuladas tras el ex fiscal Esteban Jerez (24,74%), quien se ubicó en la segunda posición por arriba de Fuerza Republicana (19, 18 %), hasta entonces la segunda fuerza política, pero tres meses después, como signo inequívoco del desprestigio de la dirigencia del PJ, el ex gobernador Miranda fue electo senador con el número más bajo de votos que haya sacado el peronismo en la historia de la provincia.
Alperovich llegó entonces a la gobernación no sólo por su ambición política y fortuna personal, según afirman sus detractores, sino porque las circunstancias políticas obligaron al PJ a recurrir al empresario de origen radical (la necesidad tiene cara de hereje).
Se evitó así, probablemente, que tuviera lugar algo parecido a lo que había sucedido antes en Catamarca y posteriormente en Santiago. En ambas provincias el justicialismo, como consecuencia del profundo desprestigio de sus dirigentes, perdió el gobierno que había detentado durante muchos años a manos de sendas coaliciones comandadas por el radicalismo. Según el comentario irónico de un viejo militante peronista: “Acá para no perder el poder se injertó un radical en el PJ”.
Alperovich fue aceptado por la dirigencia del PJ como un mal necesario, alguien destinado a cumplir una etapa de transición hasta que las circunstancias le permitieran a cualquiera de ellos retornar al gobierno. Algo parecido debe de haber pensado Duhalde al elegirlo a Kirchner. Pero rápidamente, tanto Kirchner como Alperovich, dieron muestras de iniciativa propia, a la vez que concitaron un apoyo que va más allá de los sectores tradicionales del peronismo.


El vaciamiento ideológico
El apoyo de sectores provenientes de distintos orígenes políticos en ambos dirigentes (peronistas, radicales, ex frepasistas, etcétera), con la presencia más evidente de elementos progresistas en Kirchner, a la par que expresa claramente la crisis de representación política e identidad partidaria que atraviesa el país, muestra también que una nueva mezcla política empieza a gestarse.
Al respecto me parece que cobra total actualidad lo que escribí en el artículo Kirchner y los ecos de diciembre a fines de año pasado: “Uno de los primero en percibir la nueva situación política y social con lucidez fue Kirchner. El presidente captó desde el primer momento la nueva situación político-cultural y despojó a sus actos y discursos de la liturgia y retórica peronista. Se dio cuenta que 10 años de menemismo habían vaciado de todo contenido genuinamente nacional y democrático a los rituales del Partido Justicialista. Ha quedado demostrado que se puede entonar enfervorizadamente la Marchita, citar con solemnidad al General y al mismo tiempo arrasar con la legislación obrera o liquidar a precio vil las empresas del Estado. Hay que tener en cuenta además que la mitología y simbología peronista no forman parte del imaginario de las nuevas generaciones y a muchos de los más viejos les produce cierto hastío. Han sido decepcionado demasiadas veces con el mismo fondo musical y decorado”.
“Hay un gran vaciamiento ideológico”, declaró Fernando Juri tras aceptar el aplastante triunfo de Beatriz Rojkés. Resulta paradójico que sea un hombre proveniente del menemismo, al que los avatares de la interna del PJ obligaron hace muy poco a adjurar de su fe, quien formule esa frase. ¿A qué vaciamiento se refiere Juri?, ¿al olvido de las banderas del ’45? ¿No recuerda acaso que fue precisamente Menem, quien continuó y profundizó la tarea iniciada por la dictadura militar de desmontar el Estado democrático y popular que edificó Perón?
Pero hay que ser justo con Juri. En realidad por vaciamiento él se refiere a que haya ganado la lista que preside alguien con afiliación reciente y en la cual la simbología peronista y las menciones al General estaban reducidas a la mínima expresión. No habla de programa. El vicegobernador habla de la identidad como un conjunto de símbolos y tradiciones, pero vacíos ya de las banderas históricas, de la sustancia que les dio vida.
¿Por qué los defensores de la “identidad peronista” no hablan del programa histórico del peronismo?
Porque entre el programa del 17 de Octubre y el que ellos apoyaron a partir de la llegada de Menem al poder el 8 julio de 1989 no hay identidad sino contradicción. Esa contradicción fue, precisamente, la que puso en crisis al peronismo, lo fragmentó en tres candidaturas en las elecciones presidenciales de abril del 2003, y le permitió a Kirchner llegar inesperadamente al gobierno.


¿Un nuevo punto de partida?
Llegado a este punto surge un interrogante: ¿cuál es el programa de Alperovich, si es que tiene alguno?
En principio se puede decir que Alperovich sí tiene un programa y que éste es el mismo de Kirchner. Es decir, el gobernador tucumano lleva a escala local, a la vez que le imprime iniciativa y sello propio, las políticas que el presidente Kirchner viene impulsando a partir de su llegada al poder en 2003. A su vez esas políticas están en línea con las exigencias que se instalaron en la mayoría de la población tras el fracaso de las recetas neoliberales que desembocaron en la rebelión del 19 y 20 de diciembre.
Ahora bien, ¿ese programa, que lleva adelante Kirchner y que aplica localmente Alperovich, es el del 17 octubre del ’45? No, sin duda que no. Es un programa en mucho aspectos más moderado, pero es el que surgió de la experiencia colectiva de las nuevas generaciones, y se basa, fundamentalmente, en recuperar para el Estado un rol decisivo en la salud, la educación y la economía.
Al mismo tiempo, el giro decisivo vivido por el país a partir del 2001 ha producido un proceso de reconfiguración política y una crisis de identidad partidaria, ya que tras el programa antes señalado se han alineado sectores de distintos orígenes que no se sienten del todo contenidos en las organizaciones políticas tradicionales.
De hecho se ha producido un corte que atraviesa a los partidos. Están los radicales que apoyan al gobierno y los que se le oponen. En el peronismo ha sucedido otro tanto. Están los que apoyan a Kirchner y los otros, por lo general los sectores “ortodoxos”, que se abroquelan detrás del ex ministro de Economía Roberto Lavagna.
La misma situación, con sus particularidades, se reproduce en Tucumán. El vicegobernador Juri Riera, representante del sector defensor de la “identidad”, casi todos ex menemistas, se ha alineado con los sectores de la oposición mientras que el resto, la mayoría como surgió de las urnas, apoya al gobernador.
Lo que los afiliados peronistas han apoyado en las pasadas internas son las nuevas políticas de Estado que llevan adelante Kirchner en el país y Alperovich en Tucumán, y que ellos, después de años de abandono, ven materializadas en obras que van desde el alumbrado y la pavimentación de una calle a la edificación de una escuela o de un hospital.
El eje de la campaña de Alperovich se basó en rescatar los logros de su gestión, pero sin renunciar a enmarcarlos en la tradición peronista (“Peronismo es más escuelas”, “Peronismo es más pensiones”, etcétera).
¿No se contradice este hecho con la afirmación de que el programa de Kirchner y Alperovich es el que surge de las exigencias populares después de la crisis del 2001 y no el de octubre del ’45, es decir, el del peronismo histórico?
No porque si bien el de 2001 es un programa más moderado que el del ‘45 no está en contradicción con éste como el de Menem y sin duda puede referenciarse en la experiencia histórica de los gobiernos del general Perón. Lo que sí aparece en este caso es una tensión entre lo nuevo y lo viejo. Por un lado la acción de gobierno se inscribe dentro de la tradición histórica peronista, pero por otro es el producto de una nueva experiencia colectiva en marcha. Es decir, un nuevo punto de partida.
En ese sentido el triunfo de Beatriz de Rojkés en las internas del PJ tucumano es un dato que viene a confirmar que se están produciendo profundas modificaciones en el suelo político de la Argentina y que Kirchner no estaba errado cuando afirmaba que la gente estaba harta del “peronismo de mausoleo”. Sólo la nueva situación política y social que atraviesa el país, que señalamos con insistencia en estas líneas, puede explicar que José Alperovich, un empresario judío procedente del radicalismo, en ocho años se haya convertido en el dirigente máximo del justicialismo.
Una transformación política está en marcha. Sólo falta saber si el justicialismo absorberá los cambios o se transfigurará en otra cosa.

viernes, 30 de marzo de 2007

Entrevista Heinz Dieterich



Bachelet, Kirchner y Lula y la integración bolivariana
Fernando Fuentes
Diario La Tercera (Chile)



-¿Ud. es catalogado como uno de los asesores más cercanos a Hugo Chávez. ¿Cómo se gesta el acercamiento entre ambos?


Soy amigo del Presidente, no asesor, desde que lo conocí personalmente en 1999. Desde el primer momento que nos vimos en el Palacio de Miraflores tuve la impresión que se trataba de una persona honesta y capaz, que merecía el apoyo internacional. Lo apoyé, como apoyé en su momento a Salvador Allende, los Sandinistas, Cuba y la Revolución Vietnamita. Hasta el día de hoy considero que este juicio ha sido correcto.
Más allá de lo personal pensé que su Proyecto Histórico era la mejor esperanza para las mayorías y la Patria Grande en las condiciones contemporáneas de América Latina. Tampoco me equivoqué en esto. Se trata del desarrollismo estatal europeo-asiático, inventado por los británicos hace doscientos años, seguido por Alemania, Japón, los Tigres asiáticos y China. En América Latina es el modelo de Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Lázaro Cárdenas en México y Salvador Allende en Chile.

-En 2005 Ud. afirmó que la implantación del Socialismo del Siglo XXI "no vulnerará a la empresa privada". ¿Cómo se entiende entonces el proceso de nacionalizaciones emprendido por Chávez?


-Todas las economías existentes son economías mixtas con tres formas de propiedad principales: la privada, la estatal y la social. Y en todas estas economías el Estado tiene el derecho constitucional de adquirir, expropiar, confiscar o nacionalizar propiedades privadas o sociales, cuando el bien de la comunidad así lo requiere y cuando el procedimiento respectivo se realiza dentro de la ley y con la debida indemnización. Todas estas estipulaciones jurídicas han sido cumplidas estrictamente en Venezuela.
Desde el punto de vista de la ciencia económica, una estatización de otras formas de propiedad tiene sentido en cuatro casos: 1. para fomentar la integración y el desarrollo de la nación; 2. para permitir al gobierno ingresos que son necesarios para financiar el Estado de bienestar; 3. por razones de seguridad nacional y, 4. cuando una empresa viola repetidamente las leyes o es malhabida. Todas las estatizaciones en Venezuela obedecen a esta lógica de la economía de mercado.
En el tan cacareado caso de la empresa mediática RCTV y su dueño Marcel Granier se trata de un delincuente empresarial que participó en el golpe militar contra el gobierno constitucional de Hugo Chávez, el 11 de abril del 2002; que tiene años sin pagar impuestos y que en su soberbia de poder ahora pretende desconocer la base jurídica de la economía de mercado: la diferencia entre la propiedad y la posesión de un activo económico. Tiene en arrendamiento (leasing) un bien del Estado (el espectro electromagnético), y al terminar el contrato quiere apropiarse ilegalmente de él, esperando que el apoyo de Washington, de la SIP y de los medios oligárquicos le permitan esa operación de enriquecimiento ilegal.

-¿Qué opinión le merecen Kirchner, Lula y Bachelet?


Kirchner ha perdido la hegemonía del proceso argentino. No ha logrado construir una base social comprometida con él y está siendo desmontado paso a paso por la oligarquía mediante una serie de microgolpes, como la desaparición de Julio López y la paulatina destrucción de la base sindical del “Negro” Moyano, único apoyo social orgánico que tiene. Dudo mucho que el intento de última hora, de mimetizar a la corriente bolivariana hemisférica, convertir a la senadora Cristina Kirchner en una especie de Evita Perón-Manuel Sáenz renacida y apoyarse en la comunidad judía internacional, tendrá éxito.
Lula ha aprovechado con enorme éxito el escaso margen de maniobra que la gran burguesía paulista le concedió hace cuatro años y tiene ahora más poder político que cualquiera de sus antecesores en los últimos veinte años. Tendrá que controlar a las fuerzas antibolivarianas dentro y fuera de su gobierno y ser muy hábil, porque los nuevos gobiernos populares-bolivarianos no tolerarán más la explotación del subimperialismo brasileño ---ni tampoco del argentino---, por ejemplo, a través de Yaciretá, Itaipú y Petrobrás. Con todo, Lula está fuerte y aprovecha que Brasil es el único país latinoamericano con tecnologías de punta, un poder territorial-demográfica-militar considerable, una Argentina desaparecida de la política internacional y una posición singular frente a Washington. Podemos esperar más protagonismo latinoamericano y latinoamericanista y una política desarrollista con mayor componente popular, para equilibrar el abrumador poder de la gran burguesía.
Michelle Bachelet es una persona respetable, pero no tiene poder. En Chile gobiernan las tres fuerzas hegemónicas de siempre: la elite económica, la Fuerza Armada y el alto clero. Duele decirlo con una parafrase económica, y lo digo sin afán de herir a nadie, pero es lo más exacto: Michelle Bachelet no es el Chief Executive Officer (CEO) de la empresa sino, esencialmente, una imagen corporativa.


-El año pasado Ud. denunció que militares chilenos estaban involucrados en una eventual conspiración contra Evo Morales. Posteriormente afirmó que Chile era el "peón en la subversión de Bush contra Chávez y Morales". ¿Por qué Chile merece un análisis tan negativo de su parte?


Chile es un país que quiero mucho y, sin duda, no merece un análisis “negativo”. No, mi análisis se refiere a un sistema político que persigue brutalmente a los dueños originarios de la tierra, los mapuches, al mismo tiempo que permitió que un genocida como Pinochet muriera en la cama y que el ejército le diera una despedida “en calidad de comandante en jefe benemérito”.
Un entierro, en el que el Jefe del Ejército, el general Oscar Izurieta, ha confiado en que la muerte de Pinochet ayude a mitigar "las pasiones que genera su vida y obra". "Dejemos a la historia un examen objetivo y justo respecto a su protagonismo en los procesos políticos, económicos y sociales en los cuales le cupo participación", ha afirmado Izurieta. En otro momento de su intervención, dijo que las violaciones de Derechos Humanos fueron el aspecto más "controvertido" de la gestión de Pinochet.
“Pasiones”, “examen objetivo” y aspectos “controvertidos”. El lenguaje delata la apología del terrorismo de Estado. Y es el mismo general que presentó el 17 de agosto del 2006 al entonces Comandante General del Ejército de Bolivia, Freddy Bersatti, “la oferta del Ejército de Chile de abrir sus escuelas al Ejército boliviano y a sus integrantes". ¿Y que le van a enseñar los militares chilenos a sus homólogos del altiplano? Si no es lo que aprendieron con Pinochet: desde la Operación Condor hasta la colaboración con las fuerzas militares de la OTAN en la guerra de las Malvinas.
Entonces, no se trata, de ninguna manera, de un análisis “negativo” del hermano país y pueblo chileno, sino la constatación de determinadas políticas de instituciones de la dictadura militar en la revolución latinoamericana que vivimos. En este contexto sería bueno que la Presidenta Bachelet mandara investigar una visita de dos generales del Ejército chileno a La Paz, unas tres semanas antes del pretendido golpe militar del 11 de octubre, contra Evo Morales, y que se desplazaron hacia el centro de la conspiración, Santa Cruz, para reunirse con el Comité Cívico y el Prefecto faccioso del Departamento de Santa Cruz.

-¿El avance de la "Revolución Bolivariana" y el "Socialismo del Siglo XXI" no admite que haya otro tipo de proyectos en la región, como el de Uribe en Colombia, el de García en Perú y el de Bachelet en Chile, el "Eje del Mal del Pacífico", como Ud. lo llamó?


-Sí, hay diferentes proyectos. Su viabilidad depende en gran medida, de cómo y cuándo Estados Unidos logre salir de Irak e Irán. El proyecto de Uribe está seriamente debilitado por cuatro razones: a) el fracaso de su plan de contrainsurgencia contra las FARC; b) su vinculación con los narcoparamilitares; c) la aparición del Polo Democrático Alternativo y, d) su creciente conversión en una hipoteca para el imperio, que podría prescindir de sus servicios en determinado momento, como sucedió con Pinochet.
Alan García no tiene un proyecto, más allá del poder propio. Llegó al gobierno por el miedo de Bush y de la oligarquía peruana a Ollanta Humala. Pegó a Chávez para subir y ahora busca su apoyo para mantenerse de pie, porque Bush y la oligarquía no le dan lo que necesita. Es débil y patético.
Bachelet también es débil, pero estable, porque: a) no disputa el poder a los amos del país; b) porque no existe una alternativa popular-bolivariana o socialista del Siglo XXI en la Patria de Neruda y Allende, ni en lo colectivo ni en los liderazgos individuales y, c) tiene una economía competitiva dentro de algunos nichos del mercado mundial. Su gobierno será, lamentablemente, un gobierno sin pena ni gloria.


-Tanto Chávez como Rafael Correa (Presidente de Ecuador) utilizan a menudo su concepto de "Socialismo del Siglo XXI". ¿Cómo podría resumir este concepto?


-El ser humano existe dentro de cuatro relaciones sociales básicas: la económica, la política, la militar y la cultural. “Socialismo del Siglo XXI” o “Democracia Participativa”, que son sinónimos en mi teoría de la civilización global postcapitalista, significan que las mayorías tengan el mayor grado de decisión históricamente posible en las instituciones económicas, políticas, culturales y militares, que rigen su vida. En lo económico significa la sustitución de la economía de mercado crematística por una economía política sustentable, orientada en las necesidades básicas de la población; el valor (time inputs) como principio operativo y de contabilidad; la equivalencia como sistema de intercambio y la incidencia real de los ciudadanos y trabajadores a nivel macroeconómico (nación), mesoeconómico (municipio) y microeconómico (empresa).


-Ud. ha dicho que en Venezuela "se han creado condiciones para construir el Socialismo del Siglo XXI". ¿Cuáles son esas condiciones? ¿Cree que se pueden replicar en otros países de la región?


Menciono solo algunos. Casi dos tercios de la población votaron por el Presidente en diciembre del 2006, con pleno conocimiento de su intención de llegar al Socialismo del Siglo XXI. Esto es un mandato sustancial y un voto de confianza para la bandera política del Presidente, de parte de los ciudadanos. El parlamento está sólidamente detrás del Presidente, gracias al autismo subversivo de la oposición. Los avances del sistema educativo, de la salud, de la economía ---tres años de crecimiento del PIB de 10 por ciento--- del combate a la pobreza y de la conciencia del pueblo, han sido notables.
Existe también una cultura del debate político entre los ciudadanos que hace cinco años era impensable. La creación de los consejos comunales es un paso extraordinario para involucrar a las mayorías en la administración de la riqueza social de la nación. La integración económica y política latinoamericana parecen ya imparables y la destrucción de la Doctrina Monroe es una posibilidad real, por primera vez en doscientos años. Las Fuerzas Armadas ahora son confiables y la capacidad de defensa militar convencional e irregular ha dado un salto cualitativo. Varios sectores claves de la economía nacional están en manos del Estado o de cooperativas, entre ellos: el Estado mismo; PdVSA; CVG; CANTV; el Banco Central; la distribuidora Mercal y más de cien mil cooperativas.
Crear las circunstancias para iniciar la transición al Socialismo del Siglo XXI requiere de dos condiciones: a) un proyecto histórico encabezado por un líder popular que logre la legítima adhesión de las mayorías y, b) una democracia burguesa constitucional en la cual no hay golpes militares. En todos los países latinoamericanos donde se dan las dos condiciones se pueden desarrollar proyectos del tipo de Hugo Chávez o Rafael Correa.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Kirchner y los ecos de diciembre

Un rechazo que todavía está vivo

por Horacio Elsinger
A un mes del quinto aniversario de “las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001”, y cuando está fresca aún la derrota de Rovira en la provincia de Misiones, conviene retrotraerse por un momento a los orígenes del actual gobierno para tratar de entender en un marco histórico más amplio la naturaleza del proceso político y social puesto en marcha por el presidente Kichner, como así también los desafíos que le plantea la actual etapa.
La mayoría de los analistas coinciden en que una de las causas de la derrota de Rovira fue el sentimiento de rechazo contra la dirigencia política que se canalizó en Misiones a través del “No” a la propuesta de reelección indefinida.
Esto significa que el “Que se vayan todos” de las jornadas de diciembre de 2001 todavía está vivo en el ánimo popular y presto a reaparecer en la ocasión oportuna. Resulta una paradoja que la oposición se haya montado sobre el mismo sentimiento popular que les impidió a varios de ellos circular por la calle hace cinco años y que ahora los obligó a esconderse detrás de la envestidura de un obispo para recién poder aparecer en los medios, como en el caso del ex gobernador Puertas, al día siguiente de las elecciones.
Los ecos del 2001 resuenan todavía en Misiones y hayque saber escucharlos.
La referencia a “las jornadas de diciembre” es importante para entender la actual situación política del país porque la presidencia de Néstor Kirchner es hija directa de ese giro decisivo en nuestra historia reciente. Por lógica, si De la Rúa no hubiese sido derrocado por un levantamiento popular no se habría producido, interregno de Duhalde de por medio, un adelantamiento del llamado a elecciones. Sin este hecho seguramente la historia hubiese sido otra. Existe una profunda conexión entre la nueva situación creada en el país a partir de la llegada de Kirchner al gobierno y “las jornadas de diciembre” que no pueden ver sólo aquellos que contraponen el ejercicio del voto a la protesta en las calles o a las asambleas populares. Aquellas jornadas dejaron al descubierto el desprestigio que envolvía a la dirigencia política argentina, la mayoría de ella impedida en esos días de poder caminar por la calle, salvo excepciones. Fue esa crisis de representación política lo que abrió la posibilidad de que un hombre como Kirchner, bien visto fundamentalmente por sectores de la clase media progresista de dentro y fuera del PJ, terminara siendo el candidato a presidente de uno de los tres sectores en que se fragmentó el Partido Justicialista.
La caminata espontánea que emprendieron sectores de la clase media-media y alta hacia la Plaza de Mayo la noche del 19 de diciembre en una especie de trance colectivo después de escuchar por la televisión al presidente De la Rúa declarar el estado de sitio no fue otra cosa que la dramatización del fin de su sueño europeo y neoliberal. La hegemonía ideológica que el neoliberalismo había logrado ejercer durante más de diez años en el país se había quebrado.
Se entiende entonces que de aquellas jornadas surgiera un programa de carácter nacional y democrático, que no fue escrito por nadie, pero que estaba presente en las consignas y en la opinión de la gente en las calles. Sus principales puntos pueden sintetizarse en el no pago de la deuda externa a costa de nuestro estancamiento y el hambre de la gente, la defensa de un rol decisivo para el Estado nacional y la renovación de la política (“Que se vayan todos”). Desde esta perspectiva la derrota posterior de Menem estaba inscripta ya en “las jornadas de diciembre”.
Sólo un año y medio después, ante la oleada de votos en contra suyo que las encuestas y la calle anticipaban en la segunda vuelta, Menem decidió huir en un ultimo intento por socavar la legitimidad del futuro gobierno.

Treinta años después.
Es cierto que Kirchner sólo obtuvo en la primera vuelta el 22 % de los votos, pero también lo es que las encuestas anticipaban que si Kirchner, Rodríguez Sáa o Carrió se posicionaban para la segunda vuelta, cualquiera de ellos era seguro vencedor del riojano. Pero las encuestan anticipaba algo más por aquel entonces. De los tres candidatos mencionados, Kirchner era el que más voluntades sumaba para una segunda vuelta.
¿Por qué?
Porque Kirchner era entonces, y sigue siendo ahora, una figura que logra establecer un puente o sutura entre los sectores populares del peronismo (inscriptos en una tradición nacional y popular cada vez más difusa) y las clases medias progresistas (políticamente liberales y, por lo general, enfrentadas al peronismo). Resulta evidente que en una eventual segunda vuelta la figura de Rodríguez Sáa no hubiese concitado el apoyo masivo de la clase media progresista, del mismo modo que los sectores populares del peronismo hubiesen sido refractarios a Carrió. El haber agregado a su discurso “nacional y popular”, como el propio Kirchner lo definió, el aditamento de“democrático y racional” le abrió las puertas a los sectores progresistas, mientras que su pertenencia al peronismo le permitió penetrar en los sectores populares (obreros, clase media empobrecida, desocupados, etcétera).
A consecuencia de la huida de Menem esto recién pudo verificarse en las urnas en las elecciones para renovar el Congreso en el octubre de 2OO5, fundamentalmente, con el triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en la provincia de Buenos Aires.
La capacidad de concitar el apoyo, simultáneo, de los sectores populares, histórica y culturalmente ligados al peronismo, y de las clases medias progresistas aparece como un rasgo singular del gobierno deKirchner. Para encontrar una confluencia semejante en la historia argentina hay que remontarse al 25 de Mayo de 1973. En esa oportunidad vastos sectores de las clases medias, muchos de los cuales tenían padres que habían apoyado el golpe contra Perón en el 55’, aclamaron la asunción de Héctor Cámpora (“El tío al gobierno, Perón al poder”).
No es casual que el actual presidente haya sido uno de los miles de jóvenes que vivaron ese día a Cámpora. El comportamiento de estos sectores de clase media era fruto de la experiencia de lucha contra la dictadura militar a partir del golpe del ‘66. Fue lapoderosa alianza social forjada entre estos sectores medios y el movimiento obrero la que hizo retroceder a la dictadura de Lanusse y la obligó a llamar aelecciones en marzo del ‘73.
Exactamente, 30 años después, al impulso de una crisis que estalló en “las jornadas de diciembre”, se volvió a reeditar una confluencia social y política como la antes señalada.
Pero el 25 de Mayo de 1973 o el 29 de Mayo de 1969(Cordobazo) han quedado demasiado lejos en la experiencia de las nuevas generaciones, para no hablar del 17 de Octubre del 1945. Se trata de hechos y procesos históricos que es necesario recuperar a través de la memoria y el análisis, pero que forman parte de configuraciones político-sociales históricamente muy distantes. No sucede lo mismo con diciembre de 2001. El levantamiento popular que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa constituye el gran acontecimiento histórico que signa el tiempo actual y del que todavía se pueden escuchar sus ecos. Aquellos que se movilizaron y enfrentaron a la represión en las calles, como aquellos que siguieron los acontecimientos a través de la televisión en todos los rincones del país, en dos largas y dramáticas noches de insomnio, participaron de una experiencia colectiva que dio lugar un proceso de reconfiguración política y social cuya forma definitiva no conocemos aún.

Mezclar y dar de nuevo.
El apoyo que Kirchner ha concitado en sectores que provienen de distinto orígenes políticos (peronistas, radicales, ex frepasistas, izquierdistas, etcétera), a la par que expresa claramente la crisis de representación política e identidad partidaria que atraviesa el país, muestra también que una nueva mezcla política empieza a gestarse. Este tipo de proceso tiene antecedentes. En su momento, el justicialismo, como el radicalismo antes, surgió de una nueva configuración política o momento histórico que puede caracterizarse como un “mezclar y dar de nuevo”.
No olvidemos que en el peronismo confluyeron sectores políticos y sociales diversos: empresarios, obreros, sectores de clase media; en fin, hombres y mujeres que provenían del radicalismo, el nacionalismo, el comunismo, el socialismo y el conservadurismo.En la nueva e incipiente mixtura que el kirchnerismo expresa el peronismo es sin duda el componente mayoritario, pero no se reduce a él.
El presidente captó desde el primer momento la nueva situaciónpolítico-cultural y despojó a sus actos y discursos de la liturgia y retórica peronista. Se dio cuenta que 10 años de menemismo habían vaciado de todo contenido genuinamente nacional y democrático a los rituales del Partido Justicialista. Ha quedado demostrado que se puede entonar enfervorizadamente la marchita, citar con solemnidad al General y al mismo tiempo arrasar con la legislación obrera o liquidar a precio vil las empresas del Estado. Hay que tener en cuenta además que la mitología y simbología peronista no forman parte del imaginario de las nuevas generaciones y a mucho de los más viejos les produce cierto hastío. Han sido decepcionado demasiadas veces con el mismo fondo musical y decorado.
Todo esto plantea la cuestión si la lucha por espacios de poder dentro del PJ es el camino correcto para llevar adelante las transformaciones necesarias. El PJ se ha transformado en una aceitada máquina clientelística útil, en algunos casos, para ganar elecciones, pero de dudosa eficiencia para enfrentar al bloque de poder de la Argentina. Si bien nadie puede establecer la fecha de de función del peronismo, ni tampoco asegurar que esto indefectiblemente sucederá, los signos de su fragmentación y decadencia son evidentes como así también de que está en marcha un realineamiento de fuerzas en la Argentina.
Kirchner, sin abandonar la mejor tradición nacional y popular, pero consciente de la nueva situación histórica, ha percibido que puede haber “un más allá” del peronismo. Se aleja así de la concepción que ve en el justicialismo la identidad política inalterable de los sectores populares en la Argentina y homologa, grandilocuentemente, “ser nacional” y peronismo. Se trata de una mitificación por más que el movimiento creado por el general Perón constituya el fenómeno social y político más importante del siglo xx en la Argentina.
El peronismo ha sido hasta el momento el movimiento de masas que llevó adelante el programa nacional y democrático más profundo y transformador de nuestra historia, pero como todo producto histórico está expuesto al cambio, la decadencia y también, por supuesto, a una posible y definitiva declinación.
Los actuales defensores de la “identidad peronista” se niegan a aceptar esa posibilidad. Se olvidan así que no hay identidad sino contradicción entre el programa del 17 de Octubre y el que puso en marcha Carlos Menema partir del 8 de julio de 1989. Esta contradicción fue, precisamente, la que puso en crisis al peronismo y lo fragmentó en tres candidaturas en las elecciones de abril del 2003.
De allí salió triunfador el sector liderado por el presidente Kirchner, quien puso en marcha desde el primer día políticas de Estado en línea con las demandas que habían llevado a que la gente gana se lacalle y derrocase a De la Rúa. El programa nacional y democrático que recuperó Kirchner no es el del 17 de Octubre, abandonado por el peronismo, sino el del 19 y 20 de diciembre de 2001.Se trata de un programa en muchos aspectos más moderado que el del ‘45 (la historia no es lineal), pero es el que surgió de la experiencia colectiva de las nuevas generaciones y el que ha abierto la posibilidad de una recomposición de las fuerzas nacionales y democráticas alrededor de la figura del presidente Kirchner. Al impulso de aquel trascendental giro y del respaldo popular obtenido en las urnas el presidente ha venido recuperando para el Estado un rol decisivo en la educación, la salud y la economía, al mismo tiempo que ha reorientado la política exterior del país hacia una posición de mayor independencia y dignidad apostando estratégicamente al Mercosur.

La pérdida del impulso inicial.
Pero tras tres años de gobierno el escenario político y social ha cambiado y el gobierno ha perdido mucho del impulso y entusiasmo originales. No estamos ya en los días iniciales del gobierno en que la fuerzas de la reacción, con el recuerdo aún vivo del levantamiento popular, retrocedían confundidas o no articulaban mayores respuesta ante la iniciativa y audacia del presidente.
En ese sentido, la derrota de Misiones debe se rexplicada no sólo como consecuencia de la torpeza de Rovira de persistir en un tercer mandato a través de una reforma constitucional que tenía como único punto la reelección indefinida sino también por el cambio del escenario político que ni éste ni el gobierno nacional supieron percibir.
En Misiones la oposición, amparada en la autoridad moral de un Obispo, logró inflingirle al gobierno una derrota arrebatándole la bandera de la renovación de la política. Por un lado, la mayoría de los misioneros decidieron ponerle un límite a las pretensiones de Rovira; y por el otro, su intento permitió que las fuerzas de la oposición (algunas de la reacción lisa y llana) encontraran un punto donde concentrar sus fuerzas. Pero, además, la elección en Misiones se dio en el escenario político más complicados para Kirchner desde su llegada al poder. Veamos: desaparición de Julio López, incidentes de San Vicente, enfrentamiento con un sector de la Iglesia y una fuerte campaña mediática contra la política “confrontativa” del presidente. Esto último puede sintetizarse en la tesis sostenida en La Prensa por Morales Solá y apoyada desde el púlpito por Bergoglio, según la cual, el presidente es el responsable último de las situaciones antes descriptas, ya que fomenta el odio y el enfrentamiento entre los argentinos. Misiones significó también eldebut político de Blumberg en las tribunas de la oposición. No es poco tener a un obispo y a un hombre de derecha convertido en símbolo viviente del dolor paterno hablando en contra.
La elección del 30 de octubre llega entonces en el momento en que la reacción comienza a recuperar la iniciativa política y el gobierno empieza a perderla.Con los reflejos intactos. Pero tras la derrota en Misiones el presidente Kirchner a adoptado una serie de medidas que indican claramente que ha sabido interpretar el resultado de las urnas y que sus reflejos políticos siguen intactos.
La decisión de que Solá y Felner depongan sus intenciones de ir por un tercer mandato y elproyecto de reducir a cinco los miembros de la Corte Suprema han sido el mejor mensaje que el gobierno podía enviar a la población. Ambas decisiones suponen retomar el programa nacional y democrático que el gobierno puso en marcha y que aparecía desdibujado en los últimos tiempos. Avanzar en la reafirmación y profundización del rumbo inicial del gobierno significa avanzar en la consolidación de la base de apoyo política y social. No hay que olvidar además que para poder concretar un programa no sólo se necesita de la buena voluntad o lucidez de sus dirigentes sino, fundamentalmente, de las fuerzas políticas y sociales capaz de sostenerlo y llevarlo adelante.
Desde esa perspectiva cierto lentitud del gobierno en aplicar algunas políticas se debe a un hecho objetivo.La mezcla política antes señalada no ha cuajado todavía en un frente u organización, no importa que nombre adopte, que vaya más allá de la función puramente electoral y actúe como vaso comunicante entre el gobierno y las necesidades de la gente. Hay que tener en cuenta también que la mayor parte del aparato del Estado argentino sigue en manos de funcionarios que dejó como herencia el menemismo e incluso de muchos que vienen de la época de la dictadura. A eso se suma que aquellos que desde dentro del aparato del Estado apoyan al presidente, en muchos casos, se encuentran dispersos y sin política. Se hace evidente así que además de las decisiones del presidente como las arriba mencionadas, que le devuelven el entusiasmo a la gente y le fijan un norte, son necesarios espacios de decisión y reflexión colectiva que ayuden a dinamizar y enriquecer el proceso en marcha.

Devolver el protagonismo a la gente.
Kirchner al llegar al gobierno eligió el camino, que ahora vuelve a retomar, de adoptar medidas que le devuelvan a la política su sentido transformador y que convoquen al apoyo y la movilización espontánea de la gente. Comprendió claramente que son esas medidas las que pueden sacar a la gente de la estrecha y mezquina política de los punteros y devolverle su protagonismo. De esta forma fortaleció tanto la imagen como el poder presidencial y estableció una relación de carácter plebiscitario con la gente.
La oposición ve en esto un desprecio por las formas deliberativas de la política y un ataque a los partidos políticos. Sin embargo, cualquiera puede constatar que a los partidos políticos no los desprestigió Kirchner, los partidos ya estaban desprestigiados.
Es precisamente esa situación, como se señaló antes, la que permitió su emergencia en el escenario nacional y su llegada a la presidencia. La concentración de poder en su persona y la relación plebiscitaria que establece con la gente no se explica por rasgos psicológicos o ideológicos del presidente sino por una situación estructural (la crisis derepresentación política) que lo antecede y que, como lo demuestra la elección de Misiones, aún perdura.
Recordemos que los partidos políticos eran, como también los sindicatos u otras organizaciones de la sociedad civil, un espacio de deliberación y decisión colectiva. Con todos sus aspectos burocráticos y deformaciones tenían algo de vida propia e incidían en líneas generales en las decisiones de un gobierno. En la actualidad eso no existe. Se establece una suerte de arco voltaico entre el gobernante y sus representados cuya intensidad se constata cada tanto a través de encuestas y comicios. Las mediaciones casi han desaparecido. Esto hace que Kirchner o cualquierade sus gobernadores, Alperovich en Tucumán, por ejemplo, concentren un gran poder, pero que al mismo tiempo carezcan de una estructura política. Es decir, de un sistema de cuadros y dirigentes intermedios que los sustente. Estratégicamente hablando lo que lo hace más fuerte hoy puede convertirse en su mayor debilidad mañana.
Pero esa acechanza a futuro no debe impedirnos ver la realidad del presente. Es la concentración de poder en la figura presidencial lo que viene permitiéndole a Kirchner, al colocarse por encima de los lobbies políticos y empresariales, articular a través del Estado lo que décadas de políticas antinacionales desarticularon. Un presidente fuerte es absolutamente necesario para contrarrestar la acción del bloque de poder en nuestro país que trata de anteponer sus intereses de sector a los del ciudadano común. Pero almismo tiempo la suerte del proceso abierto el 25 de Mayo de 2003 no puede quedar librada solamente a lo que en el Estado se decida. Hay que construir nuevos espacios de reflexión y decisión colectiva que promuevan el protagonismo de la gente. De allí van a salir los hombres y las ideas que ayuden a darle continuidad y profundidad en el tiempo al proceso de transformación abierto por Néstor Kirchner.