miércoles, 10 de octubre de 2018

El itinerario clásico de un héroe

Dos fotos del célebre guerrillero juegan un papel decisivo en la construcción de su imagen mítica. En ambos casos intervino el azar.




Desde un principio los pasos de Ernesto Guevara describen el itinerario clásico del héroe. Un joven abandona su hogar y parte en un viaje de aventura y conocimiento. El territorio a conocer es América Latina. La historia parece estar esperándolo. En 1953 asistirá sucesivamente a los procesos revolucionarios que tienen lugar en Bolivia y Guatemala. Luego, en 1955 tendrá lugar el decisivo encuentro con Fidel Castro. De ahí Sierra Maestra, el combate, el triunfo, la gloria. 


Sin duda Guevara era un hombre con destino de héroe. ¿Pero en qué momento se convirtió en un mito? Es difícil precisarlo. Quizás cuando renuncia al gobierno en Cuba en 1965 para continuar la revolución en otras tierras. Antes de eso Guevara era el dirigente de una revolución triunfante que se había distinguido por su inteligencia y valor, un hombre que aunaba en su persona acción y reflexión. Podía, si quería, dormirse en los laureles. Sin embargo Guevara renuncia al poder y a los privilegios que éste otorga para arriesgar su vida en nuevos combates. 


A partir de ahí su vida entra en el misterio. Nadie sabe dónde se encuentra. Algunos se preguntan si está vivo. Las más diferentes versiones se tejen sobre su suerte. Los gobiernos creen verlo detrás de cada estallido insurgente que se produce en el continente. Un fantasma recorre América Latina.


A principios de 1967 los diarios informan que se encontraría en Bolivia al mando de un grupo de guerrilleros. Pero no hay pruebas fehacientes de su presencia. Hasta que un día llega la noticia. El Che ha sido muerto en la selva boliviana. La gente se muestra entre sorprendida e incrédula. No es el Che, es un doble, dicen. Sus ejecutores también dudan, por eso le cortan las manos para que lo identifique la policía federal argentina. Junto con la noticia de su muerte llegan las fotos de su cadáver. Su cuerpo de una delgadez extrema yace tendido sobre una batea de cemento en el hospital de Vallegrande. En su torso desnudo pueden apreciarse los signos del martirio; el asma, el hambre, los balazos finales. Sin embargo su rostro luce claro y sereno. La muerte ha dulcificado sus facciones: tiene los ojos entreabiertos y lo ilumina una leve sonrisa. Algunos opinan que si los militares bolivianos se hubiesen dado cuenta de que el Che muerto se parecía a Cristo no hubiesen dado a conocer las fotos.


Pero una vez más en la historia del Che una serie de circunstancias se confabularon para ayudar a la construcción de su imagen mítica. Los militares bolivianos estaban obligados a mostrar las fotos para probar que el Che estaba muerto; en ese afán peinaron sus cabellos y limpiaron su rostro. Si el Che muerto se parecía a Cristo, sólo le faltaba resucitar. Y lo hizo. Al poco tiempo de su ejecución comenzó a aparecer presidiendo las movilizaciones populares en distintas partes del mundo. Guevara volvía así de la muerte con una imagen juvenil, de boina y con una mirada soñadora. El prodigio había comenzado a gestarse en 1960 en La Habana cuando Alberto "Korda" le sacó por casualidad la foto que lo inmortalizaría (una vez más el azar). 

Desde su muerte su sobrevida icónica no se detendrá. Su imagen proliferará asociada a un conjunto de ideas simples, pero contundentes: el sacrificio por un ideal, la lucha de los países pobres contra los poderosos, el compromiso con los oprimidos.