
Por Horacio Elsinger
En un artículo aparecido en el número de abril de la publicación
Punto de Vista la ensayista Beatriz Sarlo hace suya una afirmación que atribuye al sociólogo Carlos Altamirano: “Hoy gobiernan los montoneros”. Para Sarlo este hecho permite entender al actual gobierno, ya que, “como a la juventud peronista radicalizada, al kirchnerismo no le importan las formas “burguesas” institucionales de la política”.
La escritora se lamenta: “Con el
ethos de los setenta, regresa la antipatía histórica del peronismo por las instituciones deliberativas donde hay que escuchar voces opositoras”.
Ahora bien, ¿gobiernan los montoneros actualmente en la argentina y la supuesta antipatía del gobierno por las instituciones deliberativas puede explicarse por este hecho?
Antes que nada vale una aclaración que puede ayudar a responder estos interrogantes. En realidad Carlos Altamirano en la entrevista al diario
Perfil, a la cual hace alusión Sarlo, no afirma que “hoy gobiernan los montoneros”. Altamirano se pregunta: “¿quiénes están en el Gobierno?”. Y acto seguido responde: “Bueno, están en el Gobierno los que se fueron de la Plaza el 1º de mayo de 1974”.
La afirmación es excesiva, ya que resulta difícil imaginar a Daniel Scioli o a Aníbal Fernández, para citar sólo a dos hombres del gobierno, entre los “imberbes” contrariados con el
General. No obstante, es verdad que Néstor Kirchner y Cristina Fernández, como ellos mismos lo recordaron en varias oportunidades, formaron parte de las huestes de la JP revolucionaria. Pero lo que importa aquí es que Altamirano no identifica a todos los jóvenes que abandonaron la plaza con Montoneros.
¿Se trata de una sutileza, ya que es obvio que eran éstos quienes tenían la conducción de ese movimiento?
Creo que no. El enfrentamiento con Perón el 1 de mayo de 1974 marca no sólo la ruptura de vastos sectores de la juventud con el anciano líder sino también el inició del distanciamiento de éstos con la conducción armada. Esto se hará más evidente aún con el posterior paso a la clandestinidad de Montoneros.
Que se sepa Kirchner, como muchos otros jóvenes, no acompañó a Montoneros en su aventura y terminó durante la dictadura dedicándose, junto a su esposa, a su profesión de abogado en Santa Cruz.
¿Cómo se explica entonces la tardía reivindicación que el presidente hace de los años ’70?
Para poder responder primero hay que entender que Montoneros fue la organización política que terminó hegemonizando el proceso de nacionalización que experimentaron vastos sectores de la clase media en la lucha contra la dictadura militar tras el golpe de Estado del 1966. En Montoneros, y en su expresión de masas la JP revolucionaria -como señala Pilar Calveiro en su libro
Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años 70- siempre convivieron dos tendencias: el nacionalismo popular, que abrevaba en la lectura de José María Rosa, Scalabrini Ortiz, Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós, Hernández Arregui, Arturo Jauretche, John William Cooke; y el foquismo surgido bajo el influjo de la revolución cubana.
El primero le permitió un anclaje en el movimiento de masas peronista y el último lo llevó a su derrota y destrucción cuando pasó de la resistencia guerrillera contra la dictadura militar a la acción armada bajo el gobierno constitucional y popular de Perón.
Cuando Kirchner reivindica a sus ex compañeros de la juventud lo que reivindica es su nacionalismo popular no su foquismo. No lo hizo en su momento sería absurdo que lo hiciera ahora que la experiencia histórica ha demostrado su fracaso. En todo caso Kirchner forma parte de un sector de la “juventud maravillosa” que quedó contrariado con Perón, entre otras cosas, por no haberse deshecho de hombres como López Rega, pero también profundamente decepcionado con la política liquidacionista de Montoneros. Al mismo tiempo, hombres como el presidente se sienten profundamente conmovidos por el calvario que mucho de su ex compañeros debieron vivir primero por la acción de las Tres A y posteriormente por la dictadura militar de Videla.
Es cierto que la reivindicación política que realiza Kirchner de su ex compañeros en la mayoría de los casos es ambigua o confusa, ya que evita hacer una clara condena de la violencia guerrillera bajo el gobierno constitucional y popular de Perón. Por ahí, muy de vez en cuando, se puede encontrar, como en un reportaje concedido ya hace tiempo a
Clarín, una condena al asesinato de Rucci. A ello se pueden sumar las declaraciones hechas por hombres tan próximos al presidente que se pueden considerar casi como suyas.
Es el caso de los conceptos vertidos por Carlos Kunkel, subsecretario de la Presidencia, un hombre que fue diputado nacional por la Tendencia Revolucionaria en 1973 y que, según dicen, fue el responsable político del presidente cuando ambos cursaban derecho en La Plata. En un entrevista con motivo de la actualización de la causa que vincula a Isabel Perón con las Tres A, Kunkel rechaza de plano que Perón haya sido quien estaba detrás de la siniestra organización y no es para nada indulgente con él y con su ex compañeros al referirse al papel de Montoneros.“Nosotros éramos unos loquitos”, dice. Kunkel afirma, además, en el mismo reportaje que el presidente no debe pensar algo muy distinto ya que muchas veces han conversado sobre el tema.
¿A qué se debe su reticencia entonces?
La principal razón parece residir en que el presidente comparte la idea dominante en los organizaciones de derechos humanos de que cualquier condena a la violencia guerrillera bajo el gobierno peronista (73-76) lleva agua a la “teoría de los dos demonios”, y por lo tanto le hace el juego a la reacción. Se trata de una idea equivocada, ya que si bien no se puede equiparar desde el punto de vista jurídico la violencia protagonizada por las organizaciones armadas de izquierda con la represión desatada por el Estado, es decir, el terrorismo de Estado con la violencia de particulares, tampoco nada nos exime de realizar una valoración política y moral del papel cumplido por la guerrilla en el período mencionado. El presidente fortalecería mucho más su posición sobre el tema ante la mayoría de los argentinos si a la par que impulsa el juicio y castigo a los responsables del genocidio realizara una clara condena política de los crímenes cometidos por la guerrilla en democracia. No lo ha hecho hasta el momento.
Es verdad, como dice Sarlo, que a partir de su pasado como gobernador de Santa Cruz nada anunciaba en el actual presidente su reivindicación de los años 70. Kirchner, como la mayoría de la dirigencia peronista fue arrastrado por un proceso de degradación y olvido de las banderas del nacionalismo popular que tuvo su punto culminante cuando a través de Menem el Partido Justicialista hizo suyo el programa de Alvaro Alsogaray.
Ahora bien, que el presidente haya recuperado la memoria histórica al llegar a
La Rosada prueba una vez más que la política ofrece cada tanto acontecimientos y giros inesperados, incluso para sus propios protagonistas. Seguramente Kirchner nunca previó, como la mayoría de la clase política argentina que iba a tener lugar un 19 y 20 de diciembre y mucho menos que esa rebelión popular le permitiría llegar a la presidencia. Una vez situado en un nuevo escenario, tras el quiebre de la hegemonía ideológica del neoliberalismo, el santacruceño buscó dentro de sí los recursos y tradiciones que le permitieran llevar adelante las políticas que exigía el momento.
En realidad lo que obró como un electroshock sobre un peronismo agonizante fue el estallido de diciembre de 2001. Si recordamos bien, quien primero recobró algunos reflejos nacionales, obviamente, como correspondía a su tradición desde una versión más ortodoxa del peronismo, fue Duhalde con retenciones a la exportaciones petroleras, planes de ayuda a los desocupados y política exterior orientada hacia el Mercosur, para citar algunos ejemplos. Después Kirchner profundizó ese programa nacional y le sumó, desde una perspectiva más democrática, las banderas del juicio y castigo a los represores de la dictadura con algunas incrustaciones setentistas en su discurso (ninguna generación se niega totalmente a sí misma).
No hay hoy un gobierno de los montoneros, como dice Sarlo, al que no le importan “las formas ‘burguesas’ institucionales de la política”. La existencia de “un ejecutivo poderoso concentrado en la figura presidencial”, con el cual según la escritora, “se reemplaza a la república institucional” no se explica por el
ethos montoneros de los 70 sino por la profunda crisis de representación e identidad que atraviesa a los partidos políticos y otras organizaciones del mundo civil.
Sarlo no debería olvidar que no fue Kirchner quien desprestigió a los partidos políticos ni acuñó la consigna “Que se vayan todos”. Al contrario fue ese desprestigio el que le permitió llegar al poder.