Inesperadamente, a lo largo de cinco días, seis millones de personas se volcaron a las calles de la ciudad de Buenos Aires a celebrar los 200 años de la Revolución de Mayo. Se trata sin duda de un acontecimiento que no tiene antecedentes en la historia de nuestro país; tampoco es fácil encontrar un experiencia parecida en el resto del mundo. Se puede citar, por supuesto, las movilizaciones con motivo del regreso de la democracia en 1983 o los festejos por los títulos obtenidos en los mundiales de fútbol de 1978 y 1986, pero está claro que estos festejos estuvieron lejos de la masividad espectacular de las celebraciones del Bicentenario. Tal vez lo que más se le asemeje, en masividad al menos, sea la multitud (calculada en 3 millones de personas) que convocó el general Perón en su regreso al país en junio de 1973.
Cualquiera sean las comparaciones lo que se impone de inmediato es el carácter singular de este Bicentenario, no sólo por la multitudinaria participación que logró, sino también porque durante su transcurso se mezclaron componentes propios de toda celebración con elementos simbólicos, culturales e ideológicos inéditos en una celebración de este tipo. Un Bicentenario como el que finalmente vivió el país no estaba en los cálculos de nadie. Ni siquiera en el de sus organizadores, que hay que resaltar, apostaron en grande. Menos todavía en las previsiones de los integrantes de la oposición política y mediática que desde un principio trataron de reducir la acción del gobierno al supuesto gesto de confrontación de la presidenta al decidir no asistir a la ceremonia del Colón y a los problemas de tránsito que podía acarrear la gigantesca fiesta organizada por el oficialismo.
Unos día antes Macri se refirió en un programa de televisión, con su afectado tono de porteño cheto, a los problemas que iba a traer a la ciudad, “la locura de esta gente que piensa cortar la 9 de Julio”. La mayoría de los canales comenzaron el día viernes 21 destacando los embotellamientos y otras dificultades que estaba causando la organización de los actos. Uno de los periodista llegó recomendar que directamente la gente tratase de evitar el centro. Posteriormente, cuando observaron azorados la multitudinaria participación que tenía lugar no les quedó otra que reflejar lo que estaba sucediendo y hablar sobre “la conmovedora presencia del pueblo” y otros lugares comunes para la ocasión.
En un último intento concentraron sus esfuerzos en la fiesta de gala organizada por Macri en el Colón y en el Tedéum presidido por Bergoglio en la Catedral, pero fue inútil. La presencia multitudinaria de la gente en las calles eclipsó la mise en scéne montada por la derecha. No hay que olvidar, como denunció en su momento Horacio Verbitsky, que un sector de la oposición pretendía hacer del Tedéum de la Catedral una multitudinaria manifestación en contra del gobierno a semejanza de la procesión de Corpus Christi que precedió en junio de 1955 al golpe contra Perón.
Al fin nada de eso sucedió. La multitud no salió a las calles a repudiar al gobierno, simplemente salió a festejar. Y en virtud del contraste con el clima de crispación, miedo y desesperanza que según los medios dominaba al país adquirió una significación política claramente positiva para el gobierno.
Fiesta y memoria
Sin poder salir todavía de su sorpresa los dirigentes de la oposición y los principales columnistas de los medios han salido desesperados a tratar de imponer un relato sobre lo sucedido en los festejos del Bicentenario que no los deje mal parados y si es posible que le quite todo merito al gobierno. El pueblo, dicen con fingida humildad, nos ha dado una lección a todos, principalmente a los dirigentes, sobre todo, claro, a aquellos que gustan de las confrontaciones (léase Néstor y Cristina) y salió a las calles dejando atrás las diferencias partidarias y banderías políticas.
La afirmación encierra, es cierto, su verdad, pero se trata de una verdad de Perogrullo, ya que está en la naturaleza de toda fiesta borrar las diferencias y sumergir el “yo” en un “nosotros” que puede representar un pequeño grupo o una comunidad mayor como la nación. Como dice Serrat en su canción Fiesta: “Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. En el caso de la conmemoración de un acontecimiento histórico como la del Bicentenario la celebración remite además al origen. Es decir, al relato que nombra a los personajes y a los hechos que éstos desencadenaron para que nosotros lleguemos a ser lo que somos: argentinos. Hubo fiesta (disolución de las diferencias ) pero también conmemoración (ejercicio de la memoria histórica).
“No todo está mal”
Ahora bien, lo que no pueden explicar los analistas de la oposición es cómo se gesto en la población ese espíritu festivo y patriótico en una sociedad donde, según el relato dominante, “todo está mal“. Es cierto que la población a través de un proceso complejo, cuya razón última se nos escapa, y que sin duda debe ser objeto de análisis decidió participar y salió a la calle. Pero para que esto sucediera era necesario que alguien interpelara a la ciudadanía, que la convocase a celebrar y que lo hiciese en grande. Tan en grande como cortar la 9 de Julio y programar una serie de actos y espectáculos sucesivos, uno mejor que otro, durante los cinco días de celebración. El mérito del gobierno en esto es tan evidente que tanto Felipe Solá como Elisa Carrió se sintieron obligados a reconocerlo en el recinto del Congreso.
¿Por qué? ¿Se trató acaso de un rapto de honestidad política y ciudadana?
No. Lo hicieron porque en realidad entendieron el mensaje principal que dejó la participación multitudinaria de la población en el Bicentenario: “No todo está mal”. Felicitaron al gobierno por la organización de los festejos porque, al menos momentáneamente, no pueden sostener el discurso, refutado por el éxito de los festejos, de que nada de lo que los Kirchner hacen está bien.
Torrijos, Sandino y el Che llegan a la Rosada
La organización de los festejos del Bicentenario supuso un gran logro político y cultural para el gobierno. Esta afirmación no significa extraer conclusiones sobre futuras conductas políticas o electorales de la población a partir de un hecho social y cultural sin precedentes. De ningún modo. Se trata simplemente de señalar el papel protagónico que tuvo la presidenta Cristina Kirchner junto a su pares latinoamericanos durante los festejos. La misma mujer que hace dos años algunos consideraban que tenía los días o los meses contados se permitió un baño de multitudes e innumerables muestras de afectos al caminar junto a Evo, Lula, Chávez y Lugo desde la Rosada hasta el Cabildo. Antes había inaugurado en un hecho que no tiene precedentes en el resto del continente la Galería de los Patriotas Latinoamericanos. Las multitudes que seguían la ceremonia por la televisión pudieron ver reunidos en una misma sala las imágenes de Miranda, San Martín, Martí, Torrijos, Sandino, Yrigoyen y Perón, entre otros tantos patriotas de la Patria Grande. Pero la frutilla del postre fue el retrato de Ernesto Che Guevara. Hay que reconocer la audacia de los Kirchner al entronizar la imagen del Che en la Rosada. Quizás alguien como Pino Solanas, por ejemplo, argumente que se trata de otro acto de simulación del gobierno. Se trataría entonces de una paradoja que un director de cine no valore adecuadamente la importancia de los símbolos en el combate cultural e ideológico contra el sistema de dominación. Es en este plano simbólico cultural donde el gobierno obtuvo su principal éxito durante la celebración de Bicentenario.
El hecho no pasó desapercibido para los columnistas de la oposición que rápidamente salieron a denunciar el relato que el gobierno hizo de los hechos históricos más relevantes desde el 25 de Mayo hasta nuestros días. Sin duda el relato que se desprende de la serie de actos programados para rememorar nuestro 200 años de historia se aleja de la vacuidad que por lo general domina estas ceremonias y se inscribe en la tradición del pensamiento nacional, popular y democrático. Desde el principio el gobierno, con la presencia de los mandatarios latinoamericanos, puso a la Patria Grande cómo marco de la celebración y luego interpeló a la población con serie de actos como la mencionada galería inaugurada en la Rosada, la proyección sobre las paredes del Cabildo y el formidable espectáculos de carrozas del grupo Fuerza Bruta. A su vez muchos de los músicos que se sucedieron sobre el escenario de la 9 de Julio mecharon sus intervenciones con breve comentarios que se inscriben en un discurso democrático y popular. Una certeza surge de todo esto. La oposición, tanto en su versión conservadora como liberal, nunca podría haber organizado un festejo como el que vivimos. De todo esto se desprende la potencia del pensamiento nacional y popular que, por supuesto, excede al kirchnerismo, pero que éste, y ese es su gran mérito, puso en acto durante la celebración del Bicentenario.
Nunca nada se pierde o gana definitivamente
Una vez más, como muchas otras veces en la historia las masas, las multitudes, la muchedumbres, como se quiera llamarles, irrumpieron inesperadamente en la escena y se produjo un acontecimiento de una naturaleza y dimensión que no fue previsto por nadie. Un humor social distinto al que describían los medios se apoderó de la escena nacional. Tal vez, si miramos hacia atrás, como sucede una vez que se desencadena un proceso y éste adquiere una forma definitiva (seis millones de personas en las calles), podamos encontrar algunos indicios de lo que se estaba gestando. Una de esas señales quizás haya sido la sorprendente masividad que tuvieron en marzo pasado sobre todo en Buenos Aires los actos en conmemoración del golpe del ‘76. Del mismo modo puede interpretarse la movilización de más de 50 mil personas en contra de la suspensión de la nueva ley de medios. También hay otras cuestiones a tener en cuenta al intentar explicar lo que pasó en la semana de mayo. Han transcurrido ya casi dos años del conflicto con el campo que terminó en una gran derrota política del gobierno en el Senado y que luego se tradujo en el revés electoral de Kirchner el 29 de junio del año pasado. Las pasiones y rencores que desató el conflicto sobre todo en sectores de clase media parecen haber cedido significativamente. A todo ello contribuyó sin duda el evidente crecimiento de nuestra economía en contraste con la dramática situación que viven países como España y Grecia (aún está vivo el recuerdo del 2001). A su vez, la presidenta, tras la derrota no cedió a la presiones del bloque oligárquico y muy por contrario tomó una serie de medidas de alto impacto entre las que se destacan la estatización de los fondos de pensiones, la ley de medios y la asignación universal. Todas estás medidas y muchas otras ayudaron sin duda a generar el nuevo cuadro de situación. Nuevamente la realidad nos enseña que nada está perdido o ganado definitivamente y que la suerte, como el ánimo de la gente, es cambiante. Basta recordar por un momento el clima político y social de hace dos años tras la derrota del gobierno ante el campo y el actual tras los festejos del Bicentenario. El comentario irónico de Kirchner a los pocos días del voto no positivo de Cobos adquiere ahora un sentido pleno: “Tal vez tengamos que agradecerle a la Mesa de Enlace el habernos despertado”.
1 comentario:
Lindo post. ¡Por fin actualizas el blog, che! Pero hay algo todavía mejor: es la primera vez que escribís para explicar una fiesta y no para analizar una derrota.
Abrazo.
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