lunes, 30 de abril de 2007

Condena a muerte


Por Horacio Elsinger


Víspera de 1 de mayo. Estoy con mi hijo en la puerta de la sala de emergencia del sanatorio Galeno. Llevó ya más de media hora esperando que lo hagan pasar para que le controlen los cinco puntos que le hicieron el día anterior por una herida que se hizo en la mano mientras jugaba. Estamos parados en un amplio pasillo que desemboca en un patio con un frondoso gomero. Hay mucho movimiento en el lugar porque mucha gente se dirige al patio a fumar y porque por ahí se puede acceder también a una salida para vehículos. A mi alredor esperan también una anciana de aspecto frágil que me pregunta qué le pasó al chico, una mamá con un bebé en los brazos y un hombre ya maduro que parece soportar en silencio algún dolor. El próximo según el orden de llegada es mi hijo. Así que espero con él parado junto a la puerta para que no suceda como un rato antes cuando una mujer que recién había llegado se metió con su hija adentro sin importarle nada. Pero ahora estoy junto a la puerta y no voy a dejar que pase de nuevo. De pronto veo que avanza por el pasillo un anciano en una silla de ruedas que impulsa un muchacho. Mi ánimo se viene al piso. Voy a tener que darle el lugar al anciano, aunque no me guste voy a tener que dárselo. No hay modo; son cosas que no pueden dejar de hacerse. El viejo se aproxima con el cuerpo dispuesto en la silla como una bolsa de papas, la mirada vidriosa, las mejillas hundidas en el rostro macilento. Pobre viejo pienso; no le debe quedar mucho tiempo. Ahora está muy cerca mío y lo reconozco.
-Es Bussi-, le comento sorprendido a mi hijo.
El anciano no viene a emergencia. Es Bussi y pasa a mi lado.
-Creía que era más joven-, me dice mi hijo de once años que el único Bussi que conoce por la televisión y los afiches es Ricardo.
-No este es el asesino hijo de puta-, le digo mientras Bussi se aleja en su silla de ruedas.
Nadie parece reparar en él. El que fue una vez hombre fuerte, tirano sangriento, avanza entre la gente sin ser reconocido. La impiadosa tarea de los años y la enfermedad lo han convertido en una piltrafa. Ahora es sólo un anciano que marcha en silla de ruedas a cumplir su inexorable condena a muerte.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

y cómo está tu hijo Horacio???
porque para qué vamos a preguntar por el otro paciente!!!
che, a ver cuándo nos juntamos a charlar....te mando un abrazo y por mail te paso mi nuevo número de celular!!
Jade

Anónimo dijo...

Y sí, esa cosa de asesino hijo de puta en silla de ruedas, debe impresionar. Pero por otro lado, no puedo dejar de pensar Horacio en la bronca que me genera el hecho de que esa bestia siga libre. Preso de la enfermedad, pero libre. Nadie lo reconoce, es anónimo, y eso le da el beneficio de la impunidad. Me da bronca que vaya camino a la muerte sin antes haber tenido condena, porque en definitiva, todos estamos condenados a muerte.
Un abrazo, Maby.

Anónimo dijo...

AGUANTE BUSSI!!!M

MONTONEROS, JAMAS LOS OLVIDAREMOS

VAN A CAER COMO EN LOS 70....