lunes, 9 de abril de 2007

Por qué ganó Alperovich la interna del PJ

Por Horacio Elsinger

"Aparato" y "peronismo profundo"
Beatriz de Rojkés le ha ganado a Fernando Juri las internas del PJ en Tucumán por una diferencia de casi 40 mil votos (71.000 a 32.000 según los cómputos finales) ¿Cómo se explica este aplastante triunfo de la esposa del gobernador Alperovich? ¿Hay que buscar la razón de este resultado en el formidable “aparato” puesto en marcha por el gobernador de la provincia como sugiere el jurismo y la prensa opositora ante la incontrastable derrota del hombre elegido para tratar de frenar lo que consideran “el proyecto hegemónico” del gobernador?
Los sectores del justicialismo abroquelados detrás de la figura del presidente de la Legislatura se muestran incapaces de explicar el porqué del ascenso de Alperovich y de su creciente popularidad que le ha permitido ganar la última elección de diputados nacionales (2005) y la de convencionales constituyentes (2006) con cifras históricas y ahora derrotarlos en la pulseada por la conducción del Partido Justicialista, un terreno en que eran considerados imbatibles.
No tener en cuenta el peso del aparato en una elección como la que se libró en el PJ sería desconocer una realidad concreta, sin embargo este factor no alcanza para dar cuenta de lo sucedido el primero de abril en la principal fuerza partidaria de Tucumán.
El problema para el peronismo tradicional y para algunos columnista de la prensa local es que con la “teoría del aparato” contradicen sus análisis previos según los cuales el “peronismo profundo” le daría la espalda a Alperovich. Es obvio que si el jurismo se presentó a dar pelea en la interna del partido es porque creyó que existían condiciones políticas e ideológicas como para obtener un triunfo y que no se reducía todo a una lucha de aparatos. A tal punto es así que la campaña de Juri estuvo centrada en una apelación a los afiliados a defender la identidad justicialista amenazada por el gobernador y sus huestes. El presidente de la Legislatura, Fernando Juri Riera, se definió a sí mismo como “el dirigente natural” del PJ tucumano por ser portador de un ADN peronista que nadie pone en duda.
Una respuesta posible para lo acontecido es la que varios han formulado: en estas internas se contrapuso el tema de la identidad partidaria a la gestión de gobierno y terminó ganando esta última. Esta explicación es básicamente correcta a condición de tener en cuenta que la gestión no fue presentada ni apareció a ojos de los afiliados como algo totalmente separado de la identidad partidaria.
Si bien desde el sector de Juri se apeló constantemente a los símbolos de la identidad partidaria (Marchita, imágenes de Perón y Evita y mención a figuras de la historia del peronismo tucumano), no hay que olvidar que la obra de gobierno reivindicada por el alperovichismo forma parte de políticas sociales caras a la tradición peronista del Estado benefactor (vivienda, escuelas, hospitales, jubilaciones, pensiones, etcétera). Consciente de que no podía competir con Juri en materia de ADN justicialista el alperovichismo se presentó ante los afiliados como un peronismo que se demuestra como tal en hechos y obras. “Peronismo en acción”, “Peronismo es más hospitales”, “Peronismo es más jubilaciones”, fueron, entre otros, sus mensajes. Si a eso se agrega la difusión de imágenes televisivas de un gobernador de estilo campechano, en permanente contacto con los sectores populares, que inaugura escuelas, dispensarios, etcétera, resulta difícil pensar que eso no tenga alguna resonancia en el imaginario peronista.
De modo que la gestión no apareció separada totalmente de la identidad, aunque sí es verdad que la liturgia y la iconografía tradicional quedaron reducidas en la campaña alperovichista a su mínima expresión.

¿Una identidad en tránsito?
Ahora bien, ¿este debilitamiento de los símbolos y rituales tradicionales en la masa de afiliados no es tal vez el síntoma inequívoco de una identidad en crisis o en tránsito hacia otra nueva que todavía no acaba de emerger totalmente?
En realidad, desde una perspectiva histórica, lo sucedido en el PJ de Tucumán es un capítulo más dentro de la crisis de representación e identidad que viven las principales fuerzas partidarias del país y que nadie sabe aún cuál será su desenlace final. Precisamente fue esa misma crisis de representación que aún no ha terminado la que lo catapultó a la gobernación en junio del 2003 a José Alperovich y que antes, en abril del mismo año, le había permitido a Néstor Kirchner llegar a La Rosada. Ninguno de los dos habrían llegado a ser candidatos del Partido Justicialista, uno a la gobernación de Tucumán y el otro presidencia de la Nación, si en el país no hubiese tenido lugar el levantamiento popular del 19 y 20 de diciembre de 2001.
El desprestigio que envolvió entonces a la clase política fue profundo y aún no ha desaparecido. Duhalde se vio obligado en ese momento a apelar a Kirchner, alguien marginal, geográfica y políticamente hablando, en el sistema de poder del PJ, después de tratar de instalar sin suerte a distintos candidatos a la presidencia. Algo parecido sucedió en Tucumán. Miranda y el Partido Justicialista tuvieron que recurrir a su ex ministro de Economía -un hombre de pasado reciente en el radicalismo, que era visto por la población más como empresario que como político- para poder mantener el poder en la provincia.
Es más que probable que sin Alperovich como candidato a gobernador el PJ hubiese perdido las elecciones en junio del 2003. Basta recordar que el PJ con el 42,36 % de los votos le ganó una coalición de fuerzas articuladas tras el ex fiscal Esteban Jerez (24,74%), quien se ubicó en la segunda posición por arriba de Fuerza Republicana (19, 18 %), hasta entonces la segunda fuerza política, pero tres meses después, como signo inequívoco del desprestigio de la dirigencia del PJ, el ex gobernador Miranda fue electo senador con el número más bajo de votos que haya sacado el peronismo en la historia de la provincia.
Alperovich llegó entonces a la gobernación no sólo por su ambición política y fortuna personal, según afirman sus detractores, sino porque las circunstancias políticas obligaron al PJ a recurrir al empresario de origen radical (la necesidad tiene cara de hereje).
Se evitó así, probablemente, que tuviera lugar algo parecido a lo que había sucedido antes en Catamarca y posteriormente en Santiago. En ambas provincias el justicialismo, como consecuencia del profundo desprestigio de sus dirigentes, perdió el gobierno que había detentado durante muchos años a manos de sendas coaliciones comandadas por el radicalismo. Según el comentario irónico de un viejo militante peronista: “Acá para no perder el poder se injertó un radical en el PJ”.
Alperovich fue aceptado por la dirigencia del PJ como un mal necesario, alguien destinado a cumplir una etapa de transición hasta que las circunstancias le permitieran a cualquiera de ellos retornar al gobierno. Algo parecido debe de haber pensado Duhalde al elegirlo a Kirchner. Pero rápidamente, tanto Kirchner como Alperovich, dieron muestras de iniciativa propia, a la vez que concitaron un apoyo que va más allá de los sectores tradicionales del peronismo.


El vaciamiento ideológico
El apoyo de sectores provenientes de distintos orígenes políticos en ambos dirigentes (peronistas, radicales, ex frepasistas, etcétera), con la presencia más evidente de elementos progresistas en Kirchner, a la par que expresa claramente la crisis de representación política e identidad partidaria que atraviesa el país, muestra también que una nueva mezcla política empieza a gestarse.
Al respecto me parece que cobra total actualidad lo que escribí en el artículo Kirchner y los ecos de diciembre a fines de año pasado: “Uno de los primero en percibir la nueva situación política y social con lucidez fue Kirchner. El presidente captó desde el primer momento la nueva situación político-cultural y despojó a sus actos y discursos de la liturgia y retórica peronista. Se dio cuenta que 10 años de menemismo habían vaciado de todo contenido genuinamente nacional y democrático a los rituales del Partido Justicialista. Ha quedado demostrado que se puede entonar enfervorizadamente la Marchita, citar con solemnidad al General y al mismo tiempo arrasar con la legislación obrera o liquidar a precio vil las empresas del Estado. Hay que tener en cuenta además que la mitología y simbología peronista no forman parte del imaginario de las nuevas generaciones y a muchos de los más viejos les produce cierto hastío. Han sido decepcionado demasiadas veces con el mismo fondo musical y decorado”.
“Hay un gran vaciamiento ideológico”, declaró Fernando Juri tras aceptar el aplastante triunfo de Beatriz Rojkés. Resulta paradójico que sea un hombre proveniente del menemismo, al que los avatares de la interna del PJ obligaron hace muy poco a adjurar de su fe, quien formule esa frase. ¿A qué vaciamiento se refiere Juri?, ¿al olvido de las banderas del ’45? ¿No recuerda acaso que fue precisamente Menem, quien continuó y profundizó la tarea iniciada por la dictadura militar de desmontar el Estado democrático y popular que edificó Perón?
Pero hay que ser justo con Juri. En realidad por vaciamiento él se refiere a que haya ganado la lista que preside alguien con afiliación reciente y en la cual la simbología peronista y las menciones al General estaban reducidas a la mínima expresión. No habla de programa. El vicegobernador habla de la identidad como un conjunto de símbolos y tradiciones, pero vacíos ya de las banderas históricas, de la sustancia que les dio vida.
¿Por qué los defensores de la “identidad peronista” no hablan del programa histórico del peronismo?
Porque entre el programa del 17 de Octubre y el que ellos apoyaron a partir de la llegada de Menem al poder el 8 julio de 1989 no hay identidad sino contradicción. Esa contradicción fue, precisamente, la que puso en crisis al peronismo, lo fragmentó en tres candidaturas en las elecciones presidenciales de abril del 2003, y le permitió a Kirchner llegar inesperadamente al gobierno.


¿Un nuevo punto de partida?
Llegado a este punto surge un interrogante: ¿cuál es el programa de Alperovich, si es que tiene alguno?
En principio se puede decir que Alperovich sí tiene un programa y que éste es el mismo de Kirchner. Es decir, el gobernador tucumano lleva a escala local, a la vez que le imprime iniciativa y sello propio, las políticas que el presidente Kirchner viene impulsando a partir de su llegada al poder en 2003. A su vez esas políticas están en línea con las exigencias que se instalaron en la mayoría de la población tras el fracaso de las recetas neoliberales que desembocaron en la rebelión del 19 y 20 de diciembre.
Ahora bien, ¿ese programa, que lleva adelante Kirchner y que aplica localmente Alperovich, es el del 17 octubre del ’45? No, sin duda que no. Es un programa en mucho aspectos más moderado, pero es el que surgió de la experiencia colectiva de las nuevas generaciones, y se basa, fundamentalmente, en recuperar para el Estado un rol decisivo en la salud, la educación y la economía.
Al mismo tiempo, el giro decisivo vivido por el país a partir del 2001 ha producido un proceso de reconfiguración política y una crisis de identidad partidaria, ya que tras el programa antes señalado se han alineado sectores de distintos orígenes que no se sienten del todo contenidos en las organizaciones políticas tradicionales.
De hecho se ha producido un corte que atraviesa a los partidos. Están los radicales que apoyan al gobierno y los que se le oponen. En el peronismo ha sucedido otro tanto. Están los que apoyan a Kirchner y los otros, por lo general los sectores “ortodoxos”, que se abroquelan detrás del ex ministro de Economía Roberto Lavagna.
La misma situación, con sus particularidades, se reproduce en Tucumán. El vicegobernador Juri Riera, representante del sector defensor de la “identidad”, casi todos ex menemistas, se ha alineado con los sectores de la oposición mientras que el resto, la mayoría como surgió de las urnas, apoya al gobernador.
Lo que los afiliados peronistas han apoyado en las pasadas internas son las nuevas políticas de Estado que llevan adelante Kirchner en el país y Alperovich en Tucumán, y que ellos, después de años de abandono, ven materializadas en obras que van desde el alumbrado y la pavimentación de una calle a la edificación de una escuela o de un hospital.
El eje de la campaña de Alperovich se basó en rescatar los logros de su gestión, pero sin renunciar a enmarcarlos en la tradición peronista (“Peronismo es más escuelas”, “Peronismo es más pensiones”, etcétera).
¿No se contradice este hecho con la afirmación de que el programa de Kirchner y Alperovich es el que surge de las exigencias populares después de la crisis del 2001 y no el de octubre del ’45, es decir, el del peronismo histórico?
No porque si bien el de 2001 es un programa más moderado que el del ‘45 no está en contradicción con éste como el de Menem y sin duda puede referenciarse en la experiencia histórica de los gobiernos del general Perón. Lo que sí aparece en este caso es una tensión entre lo nuevo y lo viejo. Por un lado la acción de gobierno se inscribe dentro de la tradición histórica peronista, pero por otro es el producto de una nueva experiencia colectiva en marcha. Es decir, un nuevo punto de partida.
En ese sentido el triunfo de Beatriz de Rojkés en las internas del PJ tucumano es un dato que viene a confirmar que se están produciendo profundas modificaciones en el suelo político de la Argentina y que Kirchner no estaba errado cuando afirmaba que la gente estaba harta del “peronismo de mausoleo”. Sólo la nueva situación política y social que atraviesa el país, que señalamos con insistencia en estas líneas, puede explicar que José Alperovich, un empresario judío procedente del radicalismo, en ocho años se haya convertido en el dirigente máximo del justicialismo.
Una transformación política está en marcha. Sólo falta saber si el justicialismo absorberá los cambios o se transfigurará en otra cosa.

2 comentarios:

Diego Perl dijo...

Muy bueno Horacio. Claridad supina

Anónimo dijo...

http://www.fumarpaco.com.ar/kirchner/